La parálisis de don Remigio

Por Kimi

29.10.2023

Me dijo mi esposa que su padre llevaba toda la mañana muy misterioso, muy calladito y sin salir de su habitación. Vaya, pensé, y dije: voy a ver qué pasa. Me encontré a Remigio de pie, junto a la ventana, algo encorvado y con el dedo índice estirado a unos dos centímetros de la pantalla de su móvil. ¡Remigio, estás bien! No contestó, siguió inmóvil mirando a su móvil. Me acerqué un poco más, estaba paralizado, le toqué un brazo, le moví un poco repitiendo su nombre, pero nada, no se movía. Pensé que hasta allí había llegado la vida del padre de mi Aurora y fui corriendo al salón donde mi esposa también miraba su móvil, Aurora, creo que tu padre ha, ha, ha…, fallecido de pie. ¡Qué dices Alberto! Aurora salió corriendo, repitiendo el nombre de su padre, ¡Remigio, Remigio, papá! Entré detrás de ella en el cuarto, me miró y me dijo, está vivo, mira cómo respira. Era verdad, Remigio respiraba profundamente, no sé hija, voy a llamar al vecino que es médico. Llamé apresuradamente a la puerta de don Rodrigo, doctor de cabecera jubilado, por favor don Rodrigo, al padre de mi mujer le sucede algo muy raro, está totalmente inmóvil con su móvil en la mano, parece inerte, pero respira. Me pareció muy adecuado utilizar esa palabra, inerte, porque a los médicos hay que hablarles un poco en su lenguaje, vino un poco de mala gana y, tras comprobar, lo que sucedía, dijo que podía tratarse de un caso de apoplejía paralizante, nos recomendó una dieta blanda, una vida sedentaria y esperar a ver qué pasaba, buenas tardes, dijo finalmente y se fue como había venido. 

Le dije a mi Aurora que ahora mismo iba a llamar a mi amigo el doctor Ombligo que, en menos de media hora, entraba en nuestro domicilio con su maletín marrón claro. A ver dónde está ese enfermo, no se preocupen, vamos a ver. Eso hizo, estuvo mirándole, comprobando sus constantes, es mejor no moverlo, ni sentarlo, creo que ya sé lo que le pasa, vayamos al salón. 

Fuimos al salón y allí se quedó mi suegro con su dedo a dos centímetros de la pantalla de su móvil, totalmente inmóvil.

¿Qué pasa, doctor Ombligo? Amigos, debo darles la buena noticia de que no se trata de un caso de apoplejía, al menos en el aspecto físico paralizante, ni parcial ni total como pareciere. Se trata, en efecto, de un caso grave, eso sí, de indecisión que ha sometido al cansado cerebro de don Remigio a un estado de ansiedad tan prolongado que su propio cerebro ha decidido darse un apagón temporal, precisamente para evitar males mayores. Y eso… ¿Por qué le ha pasado?, preguntó mi esposa. No es la primera vez que sucede: las personas mayores no dominan los teléfonos móviles como nosotros y mucho menos como nuestros hijos, teclean muy despacio y con mucha presión. A menudo no saben bien en qué lugar deben poner su dedo y sus dudas aumentan porque piensan que van a cometer algún tipo de error irreversible. En 1973, un hombre de Massachusetts, llamado Tulis Rakan, relojero de toda la vida, se quedó paralizado con un aceitador entre sus dedos, indeciso entre el mecanismo exacto que debía lubricar. El hombre, ya mayor como su padre, estuvo así un par de horas hasta que su cerebro volvió a confiar en su pericia de maestro relojero y, en efecto, en cuanto volvió en sí, supo exactamente el lugar donde debía soltar la gota de aceite. Tanto el reloj como él mismo volvieron a funcionar de inmediato. Se relata también el caso de un árbitro de fútbol que, a punto de finalizar la segunda parte de un derby disputado y comprometido, dudó entre pitar o no una falta máxima y también quedó paralizado sin emitir sonido alguno y con el silbato en la boca. Se paró el juego, entraron las asistencias y también optaron por no tocarlo: se había quedado con un pie en el aire y con el aire en los pulmones. En ese caso fueron solo unos minutos de indecisión estresante, cuentan que volvió en sí, emitió un fuerte pitido y el diez del equipo local lanzó el balón contra el poste. 

Parece que don Remigio iba a realizar una acción con su móvil pero ha dudado, no ha sabido seguir adelante y su mecanismo central le ha aconsejado tomarse un tiempo para no sufrir males mayores. Entonces, doctor, ¿es probable que vuelva a la… vida normal? Totalmente. Lo mejor es que regresemos al salón y que hagamos exactamente eso, vida normal, ustedes me invitan a un café con leche y, si tienen, a unas galletas, y ya verán como todo pasa a ser una anécdota curiosa. 

Mientras Auro preparaba el café para mi amigo el doctor Ombligo, ambos miramos a mi hija adolescente Rorita, totalmente ajena a todo lo que estaba pasando, escribiendo a toda velocidad en su móvil con sus dos pulgares: ¿con quién te escribes?, le pregunté y, como ya es habitual en ella y en mi propia esposa cuando están frente a su pantallita, ni me miró a la cara. Esta no se bloquea, al menos con el móvil dijo el doctor Ombligo en el momento en que escuchamos la voz de mi suegro desde la habitación: ¡Vaya olor a café!, ¿Hay uno para mí?, mirad, acabo de mandar un wasap a mi amigo Cosme y me ha contestado: ¿Cosme estás ahí? Y ha dicho “Sí”. Esto de los móviles es imponente.

Kimi