Sin detener su aleteo

Por kimi

15.05.2024

Pasaron los días, llegaron los días, una mañana de mayo levantó la persiana y escuchó batir sus alas vertiginosas: ¿dónde estaban todos estos ayer por la tarde?, se preguntó viajando con los ojos por sus recortes veloces, reposando el tiempo cuando una oscura golondrina de alas más cortas aminoraba su apresurado vuelo, visitaba con urgencia el nido en el alero del tejado y regresaba al espacio compartido con tordos, palomas, gorriones y los locos vencejos que habían aparecido esa mañana de mayo compartiendo experiencias vitales con la inmoderada llegada de la primavera y sus vaivenes urgentes, nubes cargadas de agua, un sol insolente, una descarga embalada de granizo, un cielo azul profundo, adiós al frío, hola al frío, mi vecina me dice que ya no sabe qué ponerse para salir a la calle.

Aquello podía parecer normal pero no lo era. O sí lo era para ella que había desarrollado una cualidad, un poder natural que para cualquier otra persona resultaba extraordinario. Le bastaba con elegir a otra persona, alguien a quien quisiera atraer. No debía realizar ninguna ceremonia mágica para atraparla, bastaba con su poder, su simple decisión. Y la persona elegida empezaba a pensar en ella cada vez con más intensidad y con más necesidad de establecer un contacto inmediato, una llamada que le resultaba imposible rehuir. 

En alguna parte de su memoria debían reposar las imágenes que de niño había contemplado por el balcón de la habitación principal de su casa, transeúntes con abrigos, paraguas o en manga corta, coches, camiones, niños que iban al colegio y en la lejanía el mar donde se ahogaba el sol de la puesta que cada tarde brindaba un espectáculo de luces diferente. Sin saber bien el motivo, ahora en cada puesta pensaba en ella, una extraña adición se había instalado en alguna parte de su mente o de su estómago. Pero era absolutamente consciente de que ella se escondería en su madriguera para incitarle aún más cada día hasta convertirle en su esclavo, un ser absolutamente dependiente de una droga inalcanzable.

Por suerte conocía la historia de los vencejos y era también capaz de ascender mil metros en la noche para dormir en el aire y encontrarse con ella en el espacio sin detener su aleteo.

Kimi