Los vestidos de corte sencillo

Por Kimi

24.08.2021

Suelo adaptarme a las circunstancias, sean las que sean, en particular porque no me gustan los conflictos, prefiero mirar para otra parte, respirar un aire de resignación y esperar a que pase la tormenta. Si fuera por mi no habría ningún tipo de discusión, eso sí tengo mis opiniones bastante formadas pero hace tiempo he descubierto que nadie escucha ni valora la posibilidad de variar un ápice su forma de pensar. Durante el año y pico que llevamos de pandemia, los enfrentamientos verbales han aumentado de forma considerable, basta abrir la boca para encontrarte con un negacionista o alguien que disfruta con su indignación contra unos u otros. No he bloqueado a nadie en las redes, pero si he dejado de hablar con mucha gente con la que antes mantenía una cierta amistad, pero ese día no se qué me entró porque no me reconocía cuando provocaba a aquella mujer que vendía vestidos mientras mi mujer se los probaba. Pronto noté que era una empleada de pocas palabras, que no era la dueña de la tienda, que le preocupaba muy poco si vendía o no y que no quería cruzar conmigo más palabras que las estrictamente necesarias. Le dije que parecía que el comercio se estaba reactivando y me respondió: “algo”. A partir de ese momento me entraron muchas ganas de conversar con ella y empecé a lanzarle preguntas que nunca habría hecho en otras circunstancias. Que si el dibujado actual de la tela de los vestidos no es de mi agrado con formas geométricas y colores marrones, que si a mi me gustan los vestidos de corte sencillo y con buena caída, sin floripondios y estampados en tonos cálidos, azules suaves, amarillos tal vez un poco más vivos, violetas… Más simulando, dije, un cielo de nubes cercano a Degas que a Constable, que si los cielos de los pintores eran el espejo de su verdadera alma o de una situación anímica por la que atravesaban en el momento de estampar el cuadro, que muchos modistos eran auténticos artistas, que la alta costura debería estudiarse en Historia del Arte… Pensé que iba a reaccionar, pero nada de lo que le dijera le sacaba de su apatía. En ese momento salió mi mujer con el segundo vestido que tampoco le quedaba bien aunque, dije, la tela si es bonita pero el acabado del escote deja mucho que desear… Mientras mi esposa entraba de nuevo en el probador para quitarse el vestido, le hablé a la apática de un libro que había leído sobre los diversos condicionamientos que se encuentran los modistos de alta costura a la hora de preparar una nueva colección y también la expliqué como la mafia italiana había montado talleres clandestinos donde copiaban a los más grandes y luego vendían los patrones a los chinos. Nada.

Me gustó aquel monólogo mío. Cuando salimos de la tienda sin haber comprado nada, le comenté a mi mujer el episodio y dijo “qué fuerte”, una expresión que siempre utiliza para salir de cualquier circunstancia que se salva con esas dos palabras sin necesidad de haber escuchado prácticamente nada de lo que he dicho.

Actualmente tengo dudas sobre si es conveniente dar conversación amplia y audaz a quien no está dispuesto a escucharte o es mejor seguir callado.

Kimi