Una mina en la Luna

Por Kimi

27.10.2020

Fui a comprar unos plátanos y me compré una mina en la Luna. Las cosas suceden así de pronto, aunque es verdad que hay que permanecer atentos. Nada me indicaba que esa mañana de octubre iba a comprar una mano de plátanos, pero los vi tan amarillos que tomé la decisión de inmediato. Ernesto se acercó a mi y me preguntó si había escuchado las noticias de gente que está invirtiendo en minas en la Luna donde, por cierto, añadió, ha aparecido agua. Me quedé un rato pensando. Mi amigo Aparicio Vaca es ingeniero de minas, su mujer, Lali López, fue compañera mía de instituto y en aquella época tuvimos nuestros más, más que nuestros menos pero eso ahora no viene tanto al caso. Hablé con Aparicio y me dijo que, en efecto, se estaban creando sociedades de inversores en el satélite y que conocía a un agente, un tal Bartomeu, que se ocupaba del tema y lo hacía bastante bien. ¿Es fiable?, le pregunté. Es un tipo bastante serio, dile que vas de mi parte. Me dio el móvil y le llamé. Me puso al corriente del procedimiento y quedamos los tres, Bartomeu, Ernesto y yo en la gestoría donde nos extendió una serie de planos. Por trescientos euros nos hicimos con un terrenito en la Luna al Este del cráter Tycho desde donde podía contemplarse el gigante Clavius y mi favorito, el Longomontano. Me enamoré de nuestra finquita pero le pregunté a Bartomeu: ¿qué posibilidades tenemos de encontrar platino o cobalto para venderlo luego aquí en la Tierra como componentes de las baterías de iones de litio? Todas, respondió, y no solo eso, os aseguro que vais caminando y os tropezáis con piedras de níquel, platino, oro, iridio, paladio, magnesio, rodio, osmio, tungsteno y rutenio, algunas de ellas muy difíciles de encontrar en nuestro planeta.

Volvimos a la frutería donde Ernesto se recuperó de la inversión realizada vendiendo un par de aguacates. Decidimos celebrar nuestro negocio y nos citamos por la tarde en el bar de la esquina para hablar de nuestro próximo viaje a la Luna y los primeros pasos como poner una puerta, unos hitos y el nombre de nuestra finca. Pero todo se torció con una llamada de móvil. Eran Jeff Bezos y Elon Musk, los fundadores de Amazon y Tesla. Estaban reunidos en el jardín de la casa de los Gates, en Washington, en Medina. Bezos, el hombre más rico del mundo que, según tengo entendido posee una vivienda de 2.500 metros cuadrados y que aún no ha conseguido explorar en su totalidad, me comentó que se había enterado de nuestra compra del terreno y que deseaba realizarnos una oferta. Joder, le respondí, si acabamos de firmar el contrato… Bueno, respondió, os ofrezco 12.000 millones de dólares por vuestra parcela. Espera que se lo consulte a mi socio, Ernesto. Vale, dice que te lo vendemos por 15.000 millones, ni uno menos. Trato hecho, ahora mismo llamo a Bartomeu para que se ponga con el papeleo.

Le dimos el número de nuestras cuentas corrientes y nos fuimos a tomar un café con nuestras mascarillas.

Kimi