El alcalde comisionista y el comisario Pillarejo

Por Rosi

16.07.2022

Estaba harta de la vida que llevaba y me largué a mi pueblo vaciado. Al llegar, miré con nostalgia el camino arbolado por donde tantos paseos me di con Lopetón, mi primer novio, mi primer beso de adolescente. Había huido de la gran ciudad y pensaba hacer negocio aprovechando la coyuntura para satisfacer las necesidades de la gente, ya verás. Para empezar, decidí dedicarme al mercado de los ventiladores y de los toldos. Cuando estaba haciendo el papeleo conocí al alcalde, me invitó a un vino en el bar del pueblo y me dijo que él, entre otras cosas, era un comisionista y que me pensaba sacar un diez por ciento de mis beneficios porque, de lo contrario, me haría la vida imposible. Yo no me vendo a comisionistas de pacotilla, le dije, los beneficios de mis negocios son para mi solita. Vale, dijo, tu misma, ¿cómo dices que te llamabas? Que te den, me llamo Quetedén, le dije. 

Había comprado un lote de ventiladores de pie bastante buenos que pensaba distribuir por el pueblo y la comarca en pleno secarral. También establecí contactos con una fábrica de toldos, conseguí instaladores y alquilé una nave, no he dicho antes que llevo muchos años en el mundo de los negocios y que se me da bastante bien. 

Una mañana salí de casa y noté que el tiempo había cambiado en el pueblo. Estaba bastante fresquito, vaya. Lo comenté con la farmacéutica, una mujer muy estable que me vendió sin receta unos antibióticos para la cistitis, aquí el médico se ha jubilado y todavía no nos han mandado otro. Luego me dijo que, tras la celebración de un pleno extraordinario, el alcalde había puesto aire acondicionado en las calles de todo el pueblo y me quedé pasmada. Este cabrón va a joderme, pensé. En efecto, cuando salí de la farmacia me encontré con una flota de operarios que estaban instalando toldos para dar sombra comunal como podía leerse en unos pasquines que había distribuido, con gran aceptación de todos los vecinos, adiós mi negocio. Este cabrón quiere joderme y asegurarse la reelección, parece que también sabe aprovecharse de las necesidades de la gente, pero no pienso pagarle una comisión, aunque me arruine. 

Me informé en el pueblo sobre los asuntos del alcalde. Me contaron que había trabajado para un tal Florentino, que era forofo del Real Madrid y también que se había divorciado hacía un año, una separación muy sonada en el pueblo. Fui a ver a su exmujer, Flora. Me sorprendió que en su casa hiciera tanto calor, hija, qué calor hace en tu casa. Es el cabrón de mi ex que ha puesto aire acondicionado en todo el pueblo excepto aquí y tampoco me ha instalado toldo, por supuesto. Le pregunté por los puntos débiles del alcalde y me dijo, querida, le pierden las mujeres como a todos que a mí me contaron que andaba liado con tres, que se sepa…

No he dicho que soy una mujer bastante atractiva. Ya se imaginarán que me presenté en el bar del Cholo con mi escotado vestido amarillo limón y que allí estaba el señor alcalde porque ya dominaba sus itinerarios. Me pedí un agua con gas, con hielo y limón y noté que se le iban los ojos: ¿qué tal van los ventiladores, dan vueltas?, me preguntó con sorna y prepotencia. Me senté en su mesa, miré cómo me desnudaba su mirada lujuriosa, por un momento pensé ofrecerle mis servicios a cambio de una comisión y luego joderle de alguna manera, pero preferí despedirme y llamar a mi amigo el comisario retirado Pillarejo: tengo un trabajito para ti, le dije. Se vino para el pueblo y se lo presenté a todo el mundo como mi socio capitalista. Pronto el alcalde se puso en contacto con él, le pidió una comisión del diez por ciento sin saber que Pillarejo le estaba grabando. 

Al día siguiente difundimos los audios en el digital Laverdadseadicha.com y allí se acabó su carrera política.

Ahora soy yo la alcaldesa de mi pueblo y Flora es la vicealcaldesa. Nos hemos empoderado y mi mano derecha también tiene aire acondicionado y toldos en su casa.

Rosi