Glycerin y Pegasus

Por Kimi

08.06.2020

Tenía que ir a casa de mi hermana para firmar unos papeles pero se daba la circunstancia de que no me apetecía moverme de mi cueva: le había cogido el gustillo al confinamiento que definitivamente me había convertido en un hogareño cavernícola. Me identificaba con la vida de aquel humano que Hobbes definió como solitaria, pobre, miserable, bruta y breve. Me había dejado crecer la barba, me miraba al espejo desnudo y solo me faltaba el garrote para salir a la caza del bisonte pero bajé al supermercado a comprar el pan y solo quedaba una barra de cereales. Se acercó una mujer con su tapabocas, los dos dirigimos nuestros brazos hacia la misma barra, los dos dijimos “perdón”, los dos animamos al otro a que se la llevara, los dos nos reímos cuando la partimos por la mitad, ella me preguntó mi nombre y yo le dije Salomón y ella me dijo Salomona, será Salmona dije yo, no Salomona y nos fuímos a tomar un café. Sentados en la terraza, le conté todo sobre mis gustos trogloditas, nos quitamos las mascarillas, me agradó de inmediato, me puse nervioso pero detuve mis ansias por tratar de agradar como he hecho siempre que me ha gustado una dama. Le dije que en mis días de soledad hablaba con determinados objetos y que, en ocasiones, sentía una especie de arrobamiento místico y cierta tensión en los abductores. Al día siguiente quedamos para correr, Salomona era una magnífica corredora de ciudad, sus zapatillas Brooks Glycerin 12 nada tenían que envidiar a mis Nike Air Zoom Pegasus 35, media hora a buen ritmo para empezar no estaba nada mal, charlando por el camino, sin jadear y sin mascarilla. Estiramos, descansamos en un banco, sus ojos eran verdes y su pelo negro. 

Kimi