Prodigalidad

Por Sienna

02.08.2022

Si me decían si haces esto te pasará esto otro. Yo lo hacía. Sin pensarlo. Me plegaba de inmediato a las peticiones e incluso a las amenazas menos veladas: ¿me prestarías mil euros? Y yo los prestaba. La gente lo sabía, mi familia lo sabía y mis vecinos también. Me pedían y yo les daba con total generosidad y sin pedir nada a cambio. Nunca me faltaba algo que dar, nunca me faltaban personas que lo necesitaban, no me importaba si mi fama me precedía, ni tampoco que algunos se aprovecharan de mí.

Lo que no sabían es que, hace años, hice un pacto con un desconocido. Me dijo: cuanto más des, más recibirás. Para probar si funcionaba, fui a casa de Sebastián que andaba como loco por mis huesos, le di un beso y recibí de él a cambio amores interminables aquella tarde en que puse en marcha mi prodigalidad desprendida sin hacer de ella ostentación ni pedir recompensa. Era un proceso de lo más natural.

Un día llamaron a mi puerta. Era un mendigo que me pidió un trozo de pan. Le dije, entra. Estaba sucio, olía mal, el pelo desgreñado, las uñas negras. Le di un baño, le arreglé la barba, le corté las uñas y se las pulí con una lima. Cuando salió de la mina descubrí a mi hombre, le dije: “te he esperado siempre”. Me puso un anillo y en el transcurso de mi larga vida me ha entregado otros muchos dones que hemos ido regalando con cariño y sin interés.

Sienna