El oro de mis zarcillos

Por Lago

14.12.2021

La libertad dio paso a un envejecimiento en las células de mi tristeza. Me sentía ágil de mente aunque me costaba dar los primeros pasos tras permanecer inmovilizado durante más de dos o tres años, ¿fueron cuatro, o tal vez una eternidad? 

Ahora, me dijo, debes seccionar la memoria, ordenar lo más minuciosamente posible los escasos instantes en que durante el cautiverio mantuviste la más débil esperanza y separarlos de tus temores, tus miedos, la rendición de tu voluntad: debes crear carpetas y guardarlos, pero ten en cuenta que no debe existir en esta clasificación una escala de grises entre la luz y la oscuridad. Separa, duerme, separa, duerme.

Ese fue el inicio de mi terapia que al parecer ya había funcionado en el laboratorio con peces cebra a los que previamente retuvieron en el interior de una pequeña botella donde unas pinzas de precisión desplegaron los mástiles y las velas de una vieja fragata española.

Rebuscando entre los pensamientos creativos durante los años de mi sometimiento, me había especializado en concebir botellas imposibles en cuyo interior levantaba y extendía lejanos campanarios de iglesias, ambiciones inalcanzables, montañas que dibujaban siluetas de bellas mujeres, dormitando con sus cabellos esparcidos por el valle hasta bañar sus trenzas en el lago donde bellas ninfas añoraban la delicadeza de sus tiempos dorados. 

Debes aislar los atisbos, las conjeturas que arrojaban un mínimo de luz porque cuando apliquemos la terapia, todas tus esperanzas deben permanecer a salvo y no mezclarse con tus penurias: corremos el riesgo fatal de destruir el conjunto completo y quedarte sin carta de navegación. En ese caso, ya no sabrías nunca cómo alcanzar el cuello de la botella donde asomarte, primero tímidamente y luego expandirte, libre ya de todas las células que fueron cayendo al fondo donde se aglutinaron en el limo verde que después debemos transformar en jade o en peridoto de Cachemira. 

El terapeuta del aliento me previno también de que al salir de la botella imposible me sentiría durante algún tiempo desamparado pues todas mis células senescentes se habrían fundido y las nuevas aún no habrían tenido tiempo de acoplarse en el lecho de mi cerebro. Algunas de ellas tardan un poco más de tiempo en ganarse tu confianza y debes fascinar la suya con ciertos mimos y con mucha calma. Es un proceso de acercamiento amoroso que si llega a buen puerto puede incluso trasformar el jade en esmeralda, fruto de la alquimia que en algunos casos conduce al más brillante renacimiento.

Me preguntó si estaba dispuesto y yo le respondí que si, deseoso de iluminar una nueva vida sin recuerdos, destruir el moho, la pérdida de agudeza sensorial, la pesadez y la torpeza. 

Escribí estas palabras que fueron mi último recuerdo antes del inicio de mi fundición. Si lo desean, pueden encontrarme en un mercadillo de piedras preciosas aunque si me preguntan no sabré quién soy ni de qué materia está creado el oro de mis verdes zarcillos.

Lago