Insatisfay

Por César

16.04.2022

Nada más volver de su existencia, César contrató a una traviesa sirenita para que le trasladara entre sus pechos fugitivos a un final feliz. Tenía manchas en la piel de su anterior reencarnación, lo que le hizo sospechar que se trataba de un signo positivo heredado de una constelación dispersa. Viajamos hasta la distancia donde sembramos un campo de palta que se extendía al otro lado del mundo. El sol regalaba su luz, el crepúsculo sosiego suficiente para dar unos frutos espléndidos de cáscara verde cobriza. Al madurar caían de las ramas golpeando la corteza y rodando por la pendiente llegaban a nuestro huerto donde Placenta y yo los juntábamos con mimo hasta hacernos un nido en su reino interior, rodeados sin saberlo de una atmósfera verdadera. Así aprendimos a amarnos nosotros también. Pero los días traen consigo estelas y estrellas, caminos inconscientes donde picos de aves despreocupadas dejan caer semillas sedientas de gotas de lluvia que, primero de frente y luego de marfil, golpean sobre la tierra a modo de alas insensatas que rozan las esquinas de vencejos locos y golondrinas extraviadas.

Entonces sopló un aura de la colina donde habita por los siglos Galindo, el que no ha tocado mano humana, y ella se fue declinando inesperada por mantenerse siempre estable, queriéndome sin referirse.

Ese es el final feliz, amigos.

César