Un día de mierda

Por María José Herrera

08.10.2022

Acababa de recibir una llamada de mi jefe, bueno, mejor dicho, de mi exjefe, me había despedido. Su negocio se había ido al traste por culpa de la pandemia. ¡Una más a la lista del paro! ¡Qué desastre! Hacía un calor de mil demonios… pero ¡cualquiera encendía el aire acondicionado! ¡Con lo que había subido la luz! ¡Madre mía! Estaba muy nerviosa, los nervios me habían abierto el apetito. Corrí a la despensa, pero no encontré nada que saciara mi ansia de comer. Me senté en el suelo y me puse a llorar. ¿Como íbamos ahora a pagar la hipoteca? ¡Con el sueldo de mi marido y la mierda que fueran a darme ahora del paro… no llegábamos…! ¡Me estaba entrando un calor…! Allí, sentada en el suelo de la cocina de mi casa, encarada a la nevera, abrí el congelador para refrescarme con el frío que salía de su interior. ¡Qué gustazo! ¡Qué fresquito más bueno! Aproveché para limpiarlo. ¡Cuánta mierda! ¡Había comida congelada desde ni se sabe cuándo! ¿Pero qué es esto? Pensé mientras sacaba una bolsa que no sabía ni que estaba allí. ¡Parecen helados, voy a probarlos! Me comí uno, sabía un poco a nevera, pero me podía el ansia… ¡Putos nervios!

De pronto sentí un fuerte dolor en la lengua ¡Joder! ¡Qué coño es esto! Un enorme cristal dentro de uno de los helados acababa de rajársela. Me toqué con la mano porque la lengua no me respondía. La tenía rajada en dos mitades… ¡Joder qué dolor! Pero lo curioso es que no sangraba, solo noté como comenzaba a babear. Chorros de babas caían de mi boca. Tuve que ponerme un barreño para no seguir mojando el suelo. ¡Qué asco! ¡De verdad! Y de pronto sonó el teléfono. ¿Quién coño sería ahora? Era mi marido, estaba abajo con su novia. ¡Iba a dejarme! Estaba a punto de subir a por sus cosas. ¡Y yo ahí, con la lengua partida y sin poder hablar! ¡Puta lengua! Me acerqué al espejo, abrí la boca y pude ver como las dos partes se movían a su antojo, no podía controlarlas y me dolía a rabiar. ¡Hija puta! ¿Quieres parar de moverte? Me estaba mareando. Pero nada, ella no me hacía caso, la muy desgraciada y yo estaba al borde de un ataque de nervios. Cogí un cuchillo, estaba dispuesta a cortar uno de los trozos. Pero de pronto… ¡sonó otra vez el teléfono! ¡Será posible! ¿Y ahora quién será? ¡Mierda era mi abogado! Tiré el cuchillo al suelo y se quedó clavado en uno de mis pies. ¡Joder, qué daño! Lancé el teléfono por la ventana en un acto reflejo. ¡No! ¡Más noticias no quería saber!

De pronto sonó el timbre de casa. ¡Quién será ahora! ¡Por Dios! Pues ahí me ves, con la lengua partida en dos, los ojos hinchados de tanto llorar y un cuchillo clavado en mi pie. Miré por la mirilla. Era él, mi marido. Quité la llave de la cerradura y abrió la puerta desde fuera. ¡Toma lo que queda de tu móvil! ¡Tendrás que comprarte otro…! dijo con una enorme sonrisa, devolviéndome mi teléfono roto en mil pedazos. Intenté insultarle, pero mi odiosa lengua no me dejaba articular palabra y el desgraciado de mi “ex” ni siquiera me preguntó qué me había pasado. Cogió sus cosas rápidamente y se marchó. Me asomé a la ventana, allí estaba ella, tan mona, tan arregladita y con la lengua entera, hablando con alguien desde su móvil. Saqué el cuchillo de mi pie y me corté por fin uno de los trozos de mi lengua. Volví a la ventana y volqué el barreño lleno de babas justo sobre la cabeza de los dos cuando se estaban besando. ¡Babosos!¡Asquerosos! grité por fin. Había recuperado el habla. Me quedé a gusto. Ahora solo me faltaba recuperar un trabajo, un marido, un móvil… y la mi mitad de mi lengua, que, con mi hábil puntería, había caído en el escote de la novia de mi ex… ¡buen sitio para caer! ¡Puta lengua!

María José Herrera