El caso del regante que revendía el agua a una industria cárnica

Por Lázaro Marcenado

04.04.2023

A Casimiro Ballesta le gusta el salmorejo cordobés y el olor del gasoil. De pequeño iba a menudo a la gasolinera y se sentaba contra una pared al sol mientras llegaban los camiones a repostar. Casimiro era uno de los favoritos de las chicas del pueblo por su pelo pajizo, le decían que parecía extranjero, el mayor elogio que se podía recibir, aparte de ser el hijo del alcalde, el médico o el cura. Su padre era agricultor de los que sudaban con la tierra de sol a sol y sufrían en silencio las heladas traicioneras que siempre llegaban en el peor momento. Casimiro heredó de su padre el tesón, la alopecia y la sagacidad para salir siempre adelante. Se casó con la marquesa que era como conocían en el pueblo a Martita Leonesa, la hija mayor de los dueños de la panadería, pastelería, confitería y también de la primera óptica que se instaló en el pueblo. Además, se dedicaban a la costura la madre, y sus otras tres hermanas que se llevaron un buen berrinche cuando supieron lo de Marti con Casi que tenía los ojos azules y una brillante carrera de agricultor y de político por delante. 

Se casaron y se instalaron en la casa de los padres de Casimiro cuando aún vivía su madre, Lolichi quien, en contra del resto de la familia e incluso de casi todo el pueblo, era socialista de ideas. 

Casimiro formó con otros agricultores del pueblo el Consejo de Regantes. Su intención era recibir agua, dejar el secano y cultivar frutas y verduras de moda, incluso novedades en la región como aguacates para vendérselos a los chinos. Una vez que probó las mieles del poder como presidente de los regantes, se metió en política con el Partido Popular, algo que nunca llegó a entender su madre, comprometida con el idealismo de la solidaridad entre los seres humanos de todo el planeta. Eso son gilipolleces que te metió en la cabeza Mati, tu maestra que era una roja, le decía su hijo mientras se comía una rodaja de sandía.

Las sandías, los melones, los pepinos, los calabacines, cebollas, berenjenas y los ajos iban camino de la cooperativa, pero las cuentas no salían como debían por la causa de siempre: precios muy bajos al agricultor y muy altos en el super. 

Cuando Casimiro era ya alcalde recibió la visita de don Mario, el gerente de la industria cárnica La Clavileña, le explicó que pretendían expandirse con la ganadería intensiva, una macrogranja, pero que necesitaban agua y le dejó caer que a los agricultores les iba a resultar más rentable revendérsela a ellos que andar trajinando con el campo “pa los tres duros que luego os dan”. Casimiro se juntó en el bar del pueblo con sus dos amigos de confianza y los tres acordaron hacer el negocio que propuso don Mario. 

Ahí empezó todo, las mentiras al resto de los miembros del consejo de regantes, la reclamación de más y más agua y las acusaciones políticas de que el gobierno iba en contra de los agricultores que ya no soportaban semejante escasez de caudales para los regadíos de sus tierras. 

Para disimular un poco, Casimiro seguía sembrando, pero la mayor parte de los campos de sus padres estaban ahora en barbecho permanente.

Como a Casi ya no le hacían casi caso en el PP se pasó a Vox, aunque el campo tenía temporeros sudacas y moros, como él decía.

Hoy es el cumpleaños de su hija Teresita que anda todo el día liada con el móvil y con las redes sociales.

Lázaro Marcenado