Papaya

Por C. Brandam

17.01.2021

La tía Tamara se hartó un día de su marido, se subió en un avión y desapareció para siempre. Pero no para todos. Su sobrino Lupo recibió una larga carta suya donde le explicaba los motivos de su huida y le daba una serie de instrucciones que debía cumplir antes de reunirse con ella. Le alegró bastante porque, en realidad nada le ataba ya a su mundo: él se había aburrido de su trabajo y su novia se había cansado de él, solo hacían el amor cuando se ponía muy pesado y ni siquiera fingía un mínimo de emoción: ¿En qué piensas? En mis cosas. Durante un corto tiempo se esmeró en darle todo tipo de atenciones y en mostrarle su mejor perfil, sus cualidades que a ya no le excitaban en absoluto. Descartó la idea de darle celos fingiendo que estaba interesado por otras mujeres y llegó a la conclusión de que el fuego se había consumido, que estaban juntos por inercia y porque pagaban un piso a medias. 

Lupo dio cumplimiento uno por uno a los deseos de su tía e inició el largo y complicado viaje hasta reunirse con ella. Se hizo las pruebas del virus, guardó el dinero en efectivo en la maleta, dijo a su novia que se iba a trabajar y llamó por teléfono a su hermana que vive en Florida. No la encontró.

Tamara le recibió en el aeropuerto, estaba espléndida, había rejuvenecido unos veinte años: se te ve magnífica, estás mucho más joven. A ver si ahora hacemos los dos bien las cosas, dijo, tengo muchos planes para nosotros, ¿todo bien con el dinero? Perfecto.

Se traladaron en su coche a su nueva casa, una preciosa construcción de fachada blanca frente a una playa de aguas transparentes. Hablaron de negocios mientras tomaban un zumo de papaya con naranja.

C. Brandam