Alicia, en el País de los Bulos

Por Alicia

05.06.2023

Me encontraba con mi espalda apoyada en un amable tronco centenario, no me pregunten qué tipo de árbol era pues soy incapaz de distinguir entre una secuoya y un limonero. Una oruguita verde se paseaba por la pantalla de mi libro electrónico donde trataba de leer la aburrida historia de una banda de delincuentes, un nutrido grupo de ejecutivos ejecutores que utilizaba herramientas de inteligencia adulterada para abducir a los incautos, generando en sus conciencias todo tipo de odios y adhesiones en función de sus propios intereses. Entre otros regalos, ofrecían un viaje gratis a un paraíso maravilloso donde los abducidos podrían satisfacer sin esfuerzo sus necesidades y sus deseos, todo lo que que en su mundo real ellos mismos penalizaban de forma que resultaba siempre muy difícil de alcanzar. 

Había una larga cola para entrar y mi aburrimiento me impulsó a ponerme detrás del todo, pregunté quién es el último y un conejo con la cabeza cubierta por una capucha dijo yo, señorita, y, muy amable, me ofreció su lugar: ¿eres invitada o debes acreditarte? Yo, nada de nada: estoy aburrida de mi mundo real. No te preocupes que yo te cuelo, quiero que veas lo qué pasa ahí dentro.

Había un par de seres verdes de labios gruesos y ojos amarillos, unos gorilas nauseabundos que custodiaban la entrada donde colgaba un cartel: “Fábrica de Emociones”.  Nada más franquear la puerta, nos empujaron y caímos hacia el fondo de una madriguera dando vueltas y vueltas, pensé que el aburrimiento me había conducido a mi perdición, pero de pronto me desperté sin un ¡zas! en una grata atmósfera de realidad implícita donde realizábamos una visita guiada al increíble país maravilloso, nada menos que la auténtica factoría donde se elaboran todos los bulos. Indudablemente, la novela que estaba leyendo era mucho más interesante desde que me había colado en ella gracias a un conejo misterioso que ahora había desaparecido. En contra de mis suposiciones, me encontraba sana y salva en un grupo de turistas que descubría cada rincón del reino de los violadores de la realidad no virtual. Qué interesante.

Tras obligarme a sumergir mi cerebro en una lavadora para que no recordara nada de lo que iba a ver allí, el guía nos mostró las distintas instalaciones de la fábrica, agudas máquinas humanas especialistas en la invención y la difusión de mentiras, deseos, emociones, odios, medias verdades, velos, titulares que inducían a pensar lo que ellos querían que los demás pensaran. Pude ver a conocidos políticos, el presidente de un equipo de fútbol y empresarios de la comunicación del mundo real urdiendo bulos entre carcajadas y exclamaciones, ¡este va a ser bueno!, ¡con este se van a cagar!, ¡este nos va a durar por lo menos tres meses!; uno con barba fumaba un puro, extendía los brazos y exclamaba: ¡ya me imagino vuestros titulares, tíos, sois los mejores!, ¡A ver cómo aguanta con este otro el puto gobierno!, ¡este se le va a tragar también todo el mundo, serán tontos y más que tontos…! Más carcajadas.

En la fábrica de la realidad paralela había una enorme sala con una pared llena de fotos, flechas, fechas y palabras destacadas, me recordó a los anuncios de las inmobiliarias porque encima de algunos carteles como chulo, okupa, Falcon, Eta, Begoña, Iglesias, Frankenstein, separatistas, vacunas, Venezuela, poder judicial…, habían impreso en rojo: VENDIDO. Los bulos vendidos y amortizados estaban a la izquierda y a la derecha habían dejado suficiente espacio para elaborar el mapa de las nuevas patrañas: “En aquel gran despacho, dijo el guía, están preparando los bulos de las generales por eso hay tanta gente y sale humo”. 

Pasamos por la sala de "Pescadores en redes", me sentí algo mareada y quise volver al mundo real, me cogieron de la mano, ven, “yo te saco de esta miseria”, era el mismo conejo que me había colado en el inframundo para que conociera el país de los bulos, tiró de mí y allí estaba otra vez apoyaba en mi árbol, secuoya o limonero, con mi libro electrónico en una mano y la oruguita verde en el borde la pantalla. Cuando se despidió de mí y se quitó la capucha, me pareció alguien bastante conocido y yo juraría que se trataba del mismísimo presidente del gobierno.

Alicia