La ruptura sentimental (o semental) de Mini P. y D.

Por Paula

27.01.2021

Mini P. no quería una relación seria, buscaba un chico atractivo y divertido que le proporcionara buenos momentos antes, durante y después de la cama. No le gustaba acudir a las webs de contactos pero se encontraba muy sola, apenas podía salir de casa y sus primeras relaciones le sirvieron para darse una ligera idea de cómo estaba ese mundo plagado de cinismo, competencia y frivolidad. Uno de los tipos con los que quedó en sus primeras citas le dijo que solo quería “una mamada rápida porque a las seis tenía un partido de fútbol”. Mini P. le preguntó si en las actuales circunstancias estaba permitido jugar al fútbol y si el portero llevaba mascarilla. Poco a poco fue descubriendo la absoluta desnudez de un descarnado mercado de oferta y demanda donde los chicos guapos con cuerpo de gimnasio eran muy exigentes y poco generosos. Insolentes reyes de manadas de aduladoras, le sorprendió más comprobar que eso era precisamente lo que buscaban algunas mujeres, nunca entendió por qué triunfaban los malotes, acostumbrados a una gran variedad de rápidas faenas en el amplio sentido de la palabra. Las máximas competidoras de las atractivas mujeres españolas eran las rusas, unos bellezones que pronto imponían sus reglas: “El hombre es el que caza el mamut”.

En su primera cita, Mini P. supo que D. nunca no sería su macho dominante porque no era intenso, ni corpulento. Descubrió a un sapiosexual, una persona ilustrada en el arte de la vida y de los diferentes papeles que se interpretan en la escena social, sus enrevesadas causas y las soluciones a ciertos problemas derivados de la consiguiente falta de autenticidad. Cuando se acostaron por primera vez, supo que a D. también le gustaba adoptar un papel dominante en el sexo, algo que a Mini P. no le importaba si las propuestas le proporcionaban placer y, en ocasiones, algo de sorpresa, una emoción parecida al cariño. Al menos en sus primeras propuestas, D. no era el típico sodomita fantasma que llega, te pone en posición y luego se marcha haciendo un ghosting por el foro.

Cuando D. conoció a Mini P. pensó que era un alma cándida y sintió pena por si algún día le hacía daño. Luego descubrió sus armas secretas, sus confesadas citas, sus algoritmos. 

Hablaban mucho, quedaban los fines de semana. Al contrario de lo que solía suceder, no se ocultaban detalles de sus otros encuentros sexuales, se reían de situaciones como la del poeta de Vox que le recitaba a Mini P. versos sobre la nación y la bandera con rimas complicadas como terruño y nuevo cuño: “en vez de poemas, lo que tienes que hacer es lavarte mejor que te huele la polla a churros”.

Juntos trataban de elaborar una teoría general sobre las personas que acuden habitualmente a las redes de contactos en busca de sexo efímero o de una relación estable. O, lo más complicado, de ambas cosas. Con el tiempo, todos iban cribando entre sus contactos hasta detectar sus favoritos, sus príncipes y princesas de lejanos cuentos, generalmente inalcanzables. Luego elaboraban una más o menos larga lista de suplentes, los cortesanos que utilizaban para pastelear en los entretantos. Él o la favorita era el máximo nivel al que podían aspirar según sus necesidades, sus caprichos y sus exigencias. El problema es que esos gustos eran compartidos por muchos usuarios, los preferidos y preferidas lo sabían y siempre trataban de extraer los máximos beneficios. Mini P. era consciente de lo que podía ofrecer. Un cuerpo delicado y sensual que no alcanzaba la categoría de rusa, modelo o influencer, una vida compleja en la que muchas veces ella misma era su principal enemiga y esa imposible mezcla de sexo variado y esporádico con el sueño de una relación estable. 

Los suplentes solían andar desconcertados porque sufrían desdenes incomprensibles o cariños inesperados dependiendo del trato que los favoritos les daban a sus amantes.  Mini P, por ejemplo, había puesto sus esperanzas en M., un tipo que reunía varias de sus preferencias. Era guapo, atesoraba un trabajo bien remunerado y un BMW. Mini P. no era por supuesto la única que pretendía a M. quien a su vez contaba también con sus favoritas y sus suplentes. Si Mini P. había quedado con M. pero M. conseguía una cita mejor, le ponía una excusa para no acudir y Mini P. llamaba a D. Así se cancelaban citas porque se presentaban otras más apetecibles y, al contrario de lo que sucedía con Mini P. y D., muy pocos lo confesaban: “Hoy había quedado con otro, pero me ha dado plantón y he decidido follar contigo. Pues vale”. Mini P. era una suplente para D. y viceversa.

Fue entonces cuando, debido en parte a esa complicidad, surgió el apego y el primero en asustarse fue D. Se lo dijo, “yo no quiero tener algo serio contigo”. Mini P. se llevó en el fondo una gran decepción aunque trató de seguir adelante para ser consecuente con las normas establecidas por ella misma: “No importa, seguiremos solo follando”. Pero Mini P. había ya decidido cortar, algo que sucedió después de varios encuentros en los que la amistad estaba dando paso a un malestar que también hacía acto de presencia durante unos encuentros sexuales situados ahora en la parte negativa de la duda. 

Hace ya una semana que Mini P. y D. no saben nada el uno del otro. Siguen buscando y en sus reflexiones D. opina que ya estamos cerca del apocalipsis.

Paula

Nota: Se abre un periodo de alegaciones sobre este relato para quienes quieran aportar sus puntos de vista, incluidos los protagonistas, absolutamente irreales aunque no ficticios.