Les Pipos

Por María Pilar

26.05.2020

Después de hacer el amor con todas las licencias, incluidas las de caza y pesca, escuchábamos Les Pipos de Ennie Máno y nos dábamos la mano recordando a Woody Allen cuando aseguraba que lo mejor de masturbarse son los cariñitos que vienen después. Nos habíamos conocido en la tarde-noche del 14 de marzo, justo el día en que empezó el confinamiento. Los dos veníamos de separaciones traumáticas y jurábamos que no volveríamos al modelo pareja nunca más, encuentros casuales y de una noche. Nos apuntamos a aplicaciones en busca de sexo y lo encontramos. Una larga serie de sorprendentes insatisfacciones que nos llevaban a añorar aquellos tiempos en los que una caricia en el interior de un coche te excitaba más de que una decena de estos tristes y abruptos encuentros. Para el cuerpo y para el espíritu. Una vez vino a casa un chaval interesante, me comió el coño y dijo que le disculpara porque tenía que irse a jugar un partido de fútbol. Con lo que era yo, con lo que era mi madre. El caso es que, en la noche del 14 de marzo aquel desconocido me propuso irme a su casa y nos quedamos aquí confinados durante más de dos meses. Hicimos un pacto de no agresión y nos quisimos y nos seguimos queriendo. No hemos desaprovechado un solo segundo para besarnos, acariciarnos, lamernos y conducirnos de la mano al sagrado paraíso donde hemos desterrado el mal y el árbol, aunque no las manzanas. Velitas y risas. Un día salimos a la calle y escuchamos a gente que hacía ruido desde sus balcones con unas cacerolas. Pensamos que el virus estaba haciendo extraños estragos y nos volvimos a la cama. Han sido los dos meses y pico más felices de nuestras vidas.

María Pilar