Yoga (1): Savasana

Por Violet

24.06.2021

Recorriendo mentalmente mi cuerpo durante el Savasana descubrí un nudo intenso en el centro de mi nuca. Era una llamada poderosa en la que fijé mi atención con la misma insistencia e intensidad con la que notaba su presencia. Presenté una batalla serena e invariable, inmutable. Imperturbable.

Me inicié en el yoga por la mística del hedonismo, el placer del abandono de la mente en lo que entonces llamábamos la nada que era en realidad el mismo todo de todos, el encantamiento de un paraíso perdido por el pecado original de los pensamientos que son nuestra principal adicción. Me encandilaban las palabras de mi primera maestra cuando aconsejaba dejar pasar los pensamientos como si fueran nubes movidas por un viento suave, sin prestarlas atención. Luego aprendimos a utilizar el aire que respiramos, la inspiración lenta, el cálido descenso del diafragma, la pausa entre la inhalación y la exhalación, el regalo del oxígeno al río de nuestra sangre. Supimos que muchas de las acciones de nuestro cuerpo esconden una doble función, que muchas guardan en secreto regalos sorpresa. El universo de la respiración es infinito, es capaz de atravesar, enredar y deleitar cualquier rincón de nuestro cuerpo igual que un haz de la luz se transforma en arcoíris cuando los rayos del sol atraviesan las pequeñas gotas de agua que contiene nuestra atmósfera. Me gustaba la idea de respirar con los pies, con la cabeza, con la nuca donde anidaba un nudo ancestral que iba cediendo, desmontando sus estratos de cemento atávico. Pero era obsesivo como yo y ese desdoblamiento entre mi dócil empeño y su resistencia me recordaron aquellas nubes que pasaban mientras el resto de mi cuerpo entraba sin quererlo en la nada que era el todo de todos. 

Luego, alguien vestido de rojo me dijo un día que imaginara una vela con su llama.  La cera era nuestra vida cotidiana, nuestros pensamientos persistentes, lo que reconocíamos de nosotros cuando nos despertábamos cada mañana. Y la llama era lo otro, lo que yo llamaba la nada. Así se iba consumiendo la vida hasta que se terminaba la cera y otra vela recogía la llama del pabilo. No se reencarnaban nuestras especulaciones sino lo que emergía cuando conseguíamos ignorarlas. Pero había filtraciones y, muy probablemente, nudos.

En todo el proceso también aparecían regalos sorpresa, dobles funciones, consecuencias sutiles e insospechadas.

Y de todo eso estaba lleno el universo del yoga.

Violet