Corin-A y las amantes insaciables

Por Laura

07.12.2021

En aquellos tiempos lo más natural era engañar a las esposas con otras mujeres a las que se llamaba queridas. Los hombres presumían mucho de ello. Era emocionante y una muestra de virilidad entre los amigotes. Muchas mujeres sabían que sus maridos les engañaban con otras y algunas lo dejaban pasar como algo natural, lo mismo que si se fueran de putas, lo que también era bastante usual tras salir de los despachos. Lo hacían los jefes, lo hacían los que iban a misa todos los domingos e incluso lo hacían quienes oficiaban las misas. 

Aquel hombre realizaba recuento por las noches de todas las mujeres a las que se había beneficiado, un término muy utilizado en sus mejores años. Para simplificar y porque no se iba a acordar nunca de tantos nombres, decidió llamarlas a todas Corin seguidas de una letra del alfabeto: Corin-A: Corin-B, etcétera. Hacía tiempo que había llegado a la zeta porque tenía muchos días libres y su esposa andaba muy liada con los nietos o tratando de salvaguardar la reputación de la familia ya que se trataba de una estirpe de mucho renombre. Se daba una vida de rey, siempre de un lado para otro, decía que se iba a Albacete y en realidad se marchaba a las Bahamas con su Corin a la que trataba como una marquesa siempre con atenciones, que si quieres unas perlas, que toma este visón o esta televisión de equis pulgadas. Lo que pasa es que las queridas suelen traer problemas: te piden la fijeza como los trabajadores interinos. Entonces tu dices que vale y das largas mientras sigues haciendo buenos regalos ya que cuentas con un importante patrimonio: toma esta pulsera, toma este coche sport coupé, toma este exquisito cuello de chinchilla, toma este apartamento. Su querida Corin, a la que tanto agasajaba, le tenía cogida la medida, sabía que nunca iba a divorciarse y le pedía más y más cosas brillantes. Algunos amigos de la familia empezaron a preocuparse porque se daban cuenta que esta Corin no tocaba nunca fondo, daba y pedía, daba y pedía. Y él estaba encoñado con ella, otro término de aquella época.

Pero también era entonces habitual que las queridas estiraran la cuerda bajo la amenaza de revelarlo todo y montar la marimorena en plenas navidades. El amante entraba en un estado de incertidumbre y mal humor, en qué momento me metí yo en esta historia, a ver cómo me la quito yo ahora de debajo antes de que le de por cualquier cosa, si le doy dinero siempre me va a pedir más, joder… Hasta pensaba en métodos más sutiles para callar la boquita que tantas veces había morreado.

Esto era habitual por aquellos años y aún sucede en nuestros días ya que nuestra sociedad está en pleno desarrollo y la hipocresía es algo que debe aprenderse cuanto antes para terminar siendo un fingidor/a andante sin caballo, sin adarga y sin escudero.

Luego, pasa lo que pasa, que la tropa sigue el paso marcial de su comandante.

Laura