¿QUIÉN LO VA A PROBAR?

Por Philippe Blanc

20.12.2022

—¿Quién lo va a probar? —Preguntó el sumiller.

—Pruébalo tú Manuel, que sabes de vinos bastante más que yo. 

—¡Mira José Luis, que maravilla de tono! —Se entusiasmó Manuel, inclinando su copa, como para observar mejor todos los matices del vino— Tiene un fantástico tono anaranjado, casi ocre.

—Como se nota que es un Gran Reserva. —Observó José Luis— Ha cogido buen color. 

—Vamos a ver en nariz. —Dijo Manuel, agitando la copa como para potenciar los aromas— ¿Qué notas, tú?

—¡Guau! Intenso, con mucho carácter, no sé cómo decir. Una gran potencia aromática. Impresionante. Me encanta, pero no lo puedo explicar— Confesó José Luis.

—No te preocupes José Luis, —respondió Manuel— es exactamente eso. Y lo importante es que lo estés disfrutando. Tiene un aroma complejo, frutos maduros, compota, dátiles, pero también una sensación como de tostado, no sé, como a café por ejemplo. Percibo también aromas de especias, pimienta por ejemplo. ¡Muy bien!

—Feliz Navidad, Manuel. —Dijo José Luis, levantando su copa. ¡Qué disfrutemos de esta comida y de este gran vino! Hacía tiempo que queríamos venir a probar este restaurante. Y aquí estamos. ¡Por fin!

—Feliz Navidad también para ti, José Luis. Para ti y tu familia.

—¡Cómo me gusta este vino, tío! –Celebró José Luis— ¿Sabes cuál es la única pena? Que dentro de una semana, cerraré los ojos, intentaré recordar todos los matices de este vino, y no habrá manera. Solamente recordaré que era muy bueno, que lo pasamos muy bien, pero seré incapaz de revivir en mi mente todos los matices. ¡Qué suerte tienen los catadores de vino que recuerdan todo y pueden identificar un vino, así, simplemente con probarlo!

—No te creas José Luis, —aclaró Manuel— tampoco los mejores catadores consiguen volver a vivir todas las sensaciones de memoria. Para ello, necesitan tener la copa delante. Entonces vuelven a identificar las características del vino, y gracias a la experiencia acumulada, les llegan posiblemente algunos recuerdos escondidos en el más profundo de la memoria. Por ejemplo, José Luis, tu que comes manzanas todas las mañanas, así como te lo prescribe tu cardiólogo, ¿Sabrías recordar los matices de la Golden, de la Pink Lady, o la Fuji, y de sus diferencias? Quiero decir, ¿si cierras los ojos ahora mismo e intentas vivir todas las sensaciones asociadas a cada una de estas variedades de manzanas? ¿Verdad que no? Pero si te doy una manzana y la muerdes, sabrías decirme inmediatamente cual es. Púes con el vino igual.

—De acuerdo, Manuel, —asintió José Luis— pero es una pena. 

—Lo sé José Luis, —aprobó Manuel— pero somos así. La mayoría de nuestros recuerdos los tenemos olvidados en lo más profundo de nuestra memoria. Te voy a dar otro ejemplo, en un registro totalmente diferente, la verdad. No te lo vas a creer. Desde que estoy con Lourdes, es como si me hubiera olvidado completamente de Pilar. No puedo entenderlo. Después de todo, hasta nuestro divorcio, Pilar y yo hemos compartido la vida durante 18 años, que no es poco, hemos educado a nuestros hijos, hemos comprado juntos el chalet del Ferrol y lo hemos amueblado. Pero ahora todo esto es para mí como una niebla. Cuando me siento en el sofá, y cierro los ojos, todo me cuesta. Me cuesta visualizar la cara de Pilar, su sonrisa, su pelo, sus gestos. A veces sin embargo me vuelven a la mente algunas frases que me dijo, algunas frases concretas que me marcaron, pero poco más. No recuerdo lo que solíamos hablar a diario. Más grave todavía, te confeso que me cuesta recordar su cuerpo, sus curvas y cómo lo hacíamos. ¡Increíble! Sin embargo nos queríamos mucho. Supongo que es porque ahora Lourdes lo es todo para mí. Pero tío, no lo entiendo. ¡18 años!

—¿Me quieres hacer tragar que no tienes ningún recuerdo? —Objetó José Luis— Es imposible, no me lo creo. 

—A ver, no es así. —Objetó Manuel y siguió con su explicación— Evidentemente, si saco una foto todos los recuerdos me vuelven inmediatamente a la memoria. Y las veces que hemos vuelto a coincidir Pilar y yo, por ejemplo con los niños, la veía enfrente de mí y era como si nunca nos hubiéramos separado, como si el tiempo no hubiera pasado, como si nada hubiera cambiado, la misma cara, la misma expresión, la misma mirada. Pero lo que te decía, no es eso. Me refería a cuando no está delante de mí. Nada, vacío total.

—Entonces, la conclusión está clara Manuel, –aseveró José Luis— hacemos cosas en la vida, vivimos experiencias y las olvidamos el día siguiente. Desde que me jubilé, soy incapaz de recordar lo duro que era levantarse con el despertador, la pereza que me daba ir al despacho todos los días. No entiendo como fui capaz de hacerlo. Vivo hoy como si hubiera sido un jubilado desde siempre. Tenemos mucha suerte por poder disfrutar así de la vida, ahora, pero ni nos damos cuenta. Nos parece normal, lo de toda la vida. Otro ejemplo. Como sabes, juego al tenis con Nacho todos los miércoles y lo pasamos muy bien. Pero si me preguntas como hemos jugado hace 3 semanas y quien ha ganado, la verdad, no me acuerdo. Todos los recuerdos terminan por esfumarse. Y no es que el tenis no cuente para mí, bien al contrario. Así, que sabes lo que te digo, hay que disfrutar del momento presente, tío, porque después todo se esfuma.

—Tienes razón. —Admitió Manuel.

—No sabemos lo que será mañana. Disfrutemos del presente, de este gran vino y de nuestra amistad. —Proclamó José Luis y levantó su copa con un entusiasmo renovado— ¡Brindemos! ¡Feliz Navidad, Manuel!

—¡Feliz Navidad para ti también! ¡Que lo pases bien! —Respondió Manuel.

—Sí. —Asintió José Luis— ¡Brindemos! ¡Salud y que nuestras mujeres nunca se queden viudas!

Philippe Blanc