Los poderes "pálquitos", perdón, fácticos.

Hubo un tiempo allá por la Transición en que, relacionado con la marejada política que nos invadió, apareció una expresión, “los poderes fácticos”, que cautivó a muchos de los que llegamos por primera vez a ese terreno de la vida social. Y se refería a esos sectores al margen de las instituciones políticas, que por medio de su capacidad de presión e influencia son capaces de imponer sus deseos sin necesidad de explicitarlos, simplemente sugerirlos, o incluso ni eso hace falta, llega un punto en que los diligentes estamentos encargados de hacer realidad esos deseos no necesitan que nadie se los recuerde, lo hacen y punto.

Pues bien, muchos años después de esa Transición y en un terreno cada vez más dominante en la vida social, el fútbol, esos poderes tienen un hábitat determinante, el palco del estadio Bernabéu. Cierto es que ya antes de esa época de la historia de España, se hablaba de que ser presidente del Real Madrid era más importante que ser ministro, pero nunca se había llegado al extremo actual donde ese cargo, y sin necesidad de estridentes declaraciones públicas, mediatiza tanto como ahora la vida social más importante del país, o sea, el referido deporte espectáculo que es el fútbol.

Y como muestra de esa influencia de ese omnipotente palco y de la figura de su máximo mandatario y sanctasanctórum de esa organización, comparen ustedes las repercusiones de los desagradables incidentes ocurridos en los partidos de fútbol en los estadios madrileños del Atlético y del Real Madrid, en esos dos partidos dados en llamar, el derbi y el clásico.

Sin detenernos mucho en detalles conocidos, recordaremos el lanzamiento de objetos en el Metropolitano y sobre todo, la desmesurada, desorbitada, exagerada, desmedida, aparatosa, etc. reacción de la opinión pública y de los medios de comunicación, que llevaron incluidas manifestaciones de ministros del actual gobierno y la inoportuna e injusta declaración, más propia de su condición de seguidor madridista, de quien inexplicablemente sigue siendo director de deportes del CSD, que incluso pidió prohibir el acceso al estadio al resto de aficionados que, evidentemente, ninguna culpa tenían de los desmanes de unos pocos. Llegaron a continuación, castigos federativos, cierres de grada, amenazas y la extrapolación mediática de un castigo cometido por unos cuantos indeseables a toda una afición que ha asistido con asombro a un linchamiento arbitrario, injusto e inmerecido.

Y como decimos, comparen con esos otros incidentes del estadio Bernabéu, donde además de lanzamiento de objetos hubo episodios muy notables de racismo (con lo que este tipo de hechos tienen de extraordinaria trascendencia en el mundo actual y muy especialmente en este deporte). Pues bien, ni castigos, ni amenazas apocalípticas al club propietario del estadio ni por supuesto extensión de los calificativos a su afición.

El ultimo colofón de esta distinta vara de medir la hemos encontrado en la forma que la policía nacional ha comunicado la detención de tres de los varios individuos acusados de provocar los hechos en el Bernabéu. Ni se dijo a qué afición pertenecía ni en qué estadio se produjo y ni siquiera a qué jugadores ofendieron, y para colmo ilustraron la imagen de esa detención con una fotografía del estadio Metropolitano. Lo peor vino después cuando ante la sorpresa y  sorna de la afición atlética (y de alguna otra), la policía nacional eliminó la fotografía del estadio Metropolitano y la cambió por otra de un coche patrulla. Por supuesto ni una sola referencia al lugar de los hechos. El cambio trajo más burla de otras aficiones que se permitieron enviar a la policía fotografías del estadio Bernabéu por si no disponían de ninguna.

Por supuesto, y es casi lo más llamativo de esta comunicación policial, y prueba irrefutable de la importancia de esos poderes “pálquitos”, perdón, fácticos, la noticia de esas detenciones ha sido contada en los medios de una forma tan anónima que no se sabe bien si eso ha ocurrido en nuestro país o en cualquier otro lugar, si afecta a una parte de alguna afición o si los jugadores injuriados pertenecían a alguna liga exótica o a la española.

En definitiva, y otra vez gracias a la entonces poco valorada Transición, que tanto echamos algunos de menos por aquello de la comparación de políticos de entonces y de ahora, hemos vuelto a recordar aquella expresión de esos poderes que tanto condicionan e influyen en medios de comunicación, y lo que es peor, en organismos de la administración, ya, y con perdón, hasta a las fuerzas de seguridad del Estado. Así que ante el riesgo de demonización social, gritaremos todos: ¡Que viva el palco y que no decaigan sus poderes!