Memoria sexual de una estudiante (30) (Relatos Bestiales por Ángel Alcalde)

Memoria sexual de una estudiante (30)

A la vuelta de un atracón de estudios que duró cerca de un mes, me fui a pasear por el parque del Retiro. Me senté en la hierba y empecé a disfrutar del espectáculo que ofrece la gente yendo y viniendo de un lado a otro. Se veía de todo. Hasta un hombre alto, con rústico aspecto, con tijeras de podar en la mano. Era un jardinero del Ayuntamiento de Madrid que me miraba con insistencia y sin disimulo.

También había un hombre dando clases de música a unos niños. Intentaba corregir las pequeñas manos de sus alumnos sobre las guitarras. Aquel hombre parecía haber encontrado, en el ritual de la música, un orden profundo donde la intimidad le traspasaba hacia un origen que, pese a ser desconocido, él lo intuía como cierto. Parecía querer que sus alumnos describiesen la libertad que está encerrada en la interpretación de una melodía. Cerré los ojos y disfruté de la música de aquellos pequeños durante un buen rato. Cuando los abrí pude ver al jardinero más cerca de mí. Seguía perforándome con sus ojos al tiempo que el maestro y los niños empezaban a recoger sus cosas y a marcharse.

Con un gesto le indiqué que se acercara y así lo hizo. Se sentó frente a mí.

—¿Por qué me mira de esa forma tan libidinosa? –le dije.

—Porque ha sido verla llegar y ponerme cachondo señorita, perdóneme.

—¿Y que te gustaría hacer conmigo ahora?

—Pues de todo, pero como sé que no es posible, me conformaría con que me dejarla darle un beso. Además, si me ve algún vigilante puedo perder mi empleo…

—Espera, solo será un momento –le dije al tiempo que le desabrochaba la bragueta y le extraía su miembro—. No te muevas, déjame hacer a mí, nadie lo notará. Te haré una paja…

Por su cara y su pecho empezaron a correr chorros de sudor. El hombre no daba crédito. Su también sudorosa polla estaba siendo meneada por alguien que lo había puesto cachondo a las primeras de cambio. Eso merecía un premio. Se corrió pronto, me dio las gracias por mi generosidad y se marchó con las tijeras a otra parte.

Ángel Alcalde

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