Domingo-Wulf: ¿Quién indemnizará a quien?

No seré yo, como mujer quien dude de la veracidad de las palabras de ocho cantantes y una bailarina, todas ellas anónimas, excepto Patricia Wulf, que ponen en duda públicamente la honorabilidad de un hombre, hasta ahora impoluto, como Plácido Domingo. Pero tampoco seré yo como mujer, compañera, madre, hija y amiga, de personas con una honorabilidad igualmente intachable, quien ponga en duda la figura de Plácido Domingo, entre otras cosas porque de las acusaciones vertidas no se desprende ningún tipo de violencia, aunque la denunciante haya calificado ya el comportamiento, aun sin haberlo hecho un juez y hable de "acoso totalmente". 

A veces la utilización del lenguaje no es todo lo correcta que debería ser. Hay quien confunde el asesinato con el homicidio o el robo con el hurto o la apropiación indebida y es que para calificar los delitos solo hay una figura autorizada que es el juez. Acusar de acoso a una persona cuando aún ni siquiera ha sido calificado el comportamiento en entredicho, aunque sea "presuntamente", es ser poco serio en el manejo de la información. 

La única denunciante visible con nombre y apellidos, Patricia Wulf, afirma que "él quería que me fuera a su casa, no quería que fuera a la mía, quería que me fuese con él esa noche, quería acostarse conmigo". Todo ello no deja de ser una mera interpretación subjetiva de las palabras de un hombre, que tal vez pretendía algo con ella, o tal vez solo quería ser amable. La educación de cada uno de nosotros nos hace más o menos libres a la interpretación de los sentimientos. Una educación donde han prevalecido besos y abrazos, dará un comportamiento con besos y abrazos sin que ello tenga que significar un acoso sexual explícito. Es importante distinguir las sensaciones del cuerpo como herramienta que nos mueve por la vida, de esas otras que son receptoras de sensaciones profundas envueltas en sentimientos que pueden llevarnos a la desesperación o al éxtasis.

El calvario de Plácido Doming, y el de la denunciante también, empezó en el momento en el que, según relata Wulf, Domingo preguntó ¿Patricia tienes que irte a tu casa esta noche?, porque según las declaraciones de la demandante, el hombre que la hablaba  "es un dios en mi profesión", y probablemente según la estructura mental aplicable al comportamiento social en la que se educó, un dios no propone tomar copas, algo que apoya en una frase del tenor español a su marido: "Me gustaría conocer a mi rival". Quien no ha vivido en algún momento una broma de un compañero o compañera de trabajo con el consorte, jugando a quien es el rival de quien. Quien no ha sido testigo de una conversación en la que el marido o la mujer reproche al jefe o la jefa de su pareja que pasa más tiempo en el trabajo que en casa. ¿Acaso eso se puede considerar "acoso"? 

La denunciante afirma con rotundidad que "no llegó a tocarla físicamente en ningún momento", tan solo se acercó, según su criterio en exceso. Entonces, exactamente de qué se acusa a Plácido Domingo, ¿Puede ser esto un "comportamiento inadecuado"?. Hubiera sido mucho más fácil comunicar los sentimientos y decir "hace treinta años" a la persona que le incomodaba "Me molesta tu comportamiento", así de simple. 

Denunciar, no se sabe bien qué, treinta años después como consecuencia de un "comportamiento inadecuado" bajo la perspectiva de la subjetividad interpretativa de la demandante, no tiene ninguna explicación, ni tan siquiera ningún mérito. Puede entenderse el silencio ante un hecho que se pretende olvidar, que ha causado dolor o trauma en la víctima como una violación o unos abusos deshonestos, con los que a veces se hace incluso necesario madurar para demandar, porque lamentablemente se tarda mucho en entender, pero un comportamiento inadecuado puede corregirse a veces hablando y exponiendo razones o buscando ayuda en el momento oportuno que seguramente no será 30 años después.  

Hace tres décadas la denunciante se preguntaba asimisma si "habría arruinado su carrera", por evitar la compañía del tenor. Hoy Patricia Wulf, con razón o sin ella, que es algo que aún desconocemos, ha arruinado la carrera de Plácido Domingo, aún sin conocer la veracidad de su denuncia, sin haber sido calificado el "presunto delito" por un juez. Sin que a la opinión pública se le exponga la veracidad y las consecuencias de este comportamiento.  

De nada servirá el apoyo recibido por el cantante español por parte de la Royal Opera House de Londres, del Scala de Milán, de la presidenta del Festival de Salzburgo, de Ainhoa Arteta, Paloma San Basilio o la soprano Pilar Jurado, presidenta de la Sociedad General de Autores. Seguramente para el tenor pesará más la suspensión temporal realizada por los organizadores de sus galas en el Metropolitan Opera de Nueva York,  el Palau de les Arts de Valencia y la Opera de los Ángeles de la que es director desde hace 16 años. Incluso la cancelación definitiva de la gala prevista en la Opera de San Francisco e incluso la retirada de la invitación de la Asociación de la Orquesta de Philadelphia, donde había sido invitado para la inauguración del Festival de Ópera.

Algo no está funcionando bien, y no es otra cosa que dar difusión y publicidad a una información parcial e imprecisa, sin conocer los detalles de lo acontecido y basada en el testimonio de 8 personas anónimas, sobre un hecho ocurrido hace treinta años. Difícil de probar en uno y otro caso, porque cuando esto ocurre es como cuando se arruga un papel, por mucho que quieras que vuelva a ser lo mismo, ya nunca lo será. Si Plácido Domingo llega a ser declarado culpable ¿Qué pasará? y lo que es peor aún, si es declarado inocente ¿Quién le resarcirá del daño material y moral ocasionado?

Ha sido un duro trabajo de años, los que han enseñado a las mujeres a decir NO. Hoy hemos aprendido a decirlo y a denunciar todo aquello que vulnera nuestra libertad de elección, pero francamente  situaciones como esta echan por tierra el trabajo de grandes luchadoras por los derechos de las mujeres, al tiempo que entregan un enorme regalo con lazo a los críticos de las políticas de igualdad y dibujan unas enormes sonrisas en los rostros de los detractores del feminismo.  

P. Moratilla