El viaje y las alforjas de Núñez Feijóo

Pablo Casado aplaudía en Sevilla mientras lanzaba una sonrisa socarrona hacia el nuevo líder y su equipo presente y en la sombra, que le han lanzado como un sputnik fuera de la escena política en poco más de un mes. Todo empezó el 16 de febrero cuando un medio de comunicación publicó un supuesto intento de espionaje por orden de Génova contra Ayuso a través del Ayuntamiento de Madrid, una excusa tan chocante como pobre para el espectáculo implacable que llegó después. Con la sensación de que todo estaba orquestado, en menos de cincuenta días se consumó el golpe de Estado. Casado ha debido tragar mucha bilis desde entonces y no sabemos si ha sido solo la disciplina -probablemente no- la que le ha devuelto la aparente serenidad y le ha permitido expresar su apoyo al nuevo equipo que le ha sacado por la ventana de la sede de Génova. La misma que, según dijo Pablo, iba a vender para huir de la corrupción que rodea al PP desde hace 33 años años, según la sentencia de la Audiencia Nacional que se llevó a Mariano Rajoy por delante, uno de los dos referentes del nuevo líder orensano.

No lo tiene fácil Alberto, aunque en principio existen algunos atisbos de esperanza. El gallego no ha utilizado sus primeras intervenciones para insultar al Gobierno como acostumbraba a hacer el anterior equipo cada vez que abría la boca, Cuca Gamarra incluida. Tiempo al tiempo. Se podría incluso pensar que el nuevo Partido Popular va a dejar de utilizar las peores crisis de España, Europa y el mundo entero para tratar de obtener ventaja política, algo que llevamos viviendo desde que gobierna Pedro Sánchez y ha debido afrontar dos enormes trances, el coronavirus y el asalto militar de Putin a Ucrania. Lejos de unir fuerzas para aportar soluciones en momentos tan relevantes en los que es absolutamente necesario un Pacto de Estado entre todos los actores políticos españoles, el PP se ha apuntado a la estrategia de Vox de acoso y derribo al ejecutivo con el hellinero de "Transportes Manolín" incluido. Al mismo tiempo, han hecho gala de la máxima hipocresía enarbolando banderas cuando en realidad se han convertido en cómplices políticos de las peores crisis económicas y sanitarias que se han cernido sobre España.

La estrategia utilizada en Génova, llegar al poder cuanto antes, a toda costa, acosando y derribando al gobierno democráticamente establecido, es la misma y única bandera de la oposición en los últimos años en España. Da un poco de grima que en su discurso, Feijóo se haya referido a “querer a España y que se te erice la piel -ha dicho- cuando oyes el Himno de España”. Así debe ser indudablemente, pero ya estamos escaldados del uso de las banderas y el himno por la derecha y la ultraderecha para exaltar ánimos, ganar adeptos y privarnos a todos los españoles de nuestras señas de identidad.

Esperemos que el viaje del PP haya merecido la pena y que sus alforjas vengan llenas de centralidad o moderación, de alejamiento de la ultraderecha, de apoyo y control al gobierno. Y todo desde una idea central en la manera de entender la política que otorgue valor a los líderes por su trabajo y su capacidad de resolver problemas y no por sus dotes exclusivos de zaherir, rodear y tratar de derribar a los suyos o al gobierno de España. 

Es un viaje difícil para Alberto porque existe un sector duro en el PP que reclama el conflicto y el frentismo permanente y parece que uno de sus impulsores es el otro referente político de Feijóo en su nueva trayectoria. Aznar, el ayusismo y Vox que bautizaron a los moderados y dialogantes como los ”maricomplejines”. 

Estaremos atentos a la deriva del PP en España que ha sido idéntica a la de Castilla-La Mancha donde hemos vivido ese mismo acoso permanente contra García-Page aunque en nuestro caso teñido de tanta obviedad como de escasa estatura política.

elObservadorDCLM