La crisis

Aún los más optimistas estamos ya sucumbiendo: hay crisis y la crisis es real. No existe un solo factor desencadenante, una ciudad, un estado o un país, no es únicamente la pandemia, la política en conflicto permanente por el poder, el capitalismo, el comunismo, las relaciones sexuales, instituciones corruptas, la economía, el trabajo, la pornografía al alcance de todos, la indefinición sexual, los problemas que acarrean las relaciones afectivas, los negacionismos, los móviles, el odio al contrario y al que pasa a tu lado porque no te gusta. Es mucho más que eso, una suma de todo eso que no encuentra ya paraguas en escuelas morales carentes de autenticidad, religiones que no aportan paz ni esperanza real alguna, ni un lugar donde esconderse cuando se ha dinamitado también el último refugio, los viejos valores como la solidaridad o la compasión activa, el apoyo a quien lo necesita, la falta de reacción ante las cifras de suicidios de personas que en un momento de sus vidas lo han visto todo negro y nadie les ha hecho reflexionar que tal vez más adelante habría algo de luz, de paz, de amor sin guerra, un poco de comprensión de todo esto que nos está pasando.

Deberíamos repensar, orientar el rumbo hacia lo que nos produce paz sin tener por ello que renunciar a las relaciones humanas todo lo contrario: tenemos la obligación de poner otra vez de moda el cariño entre los seres humanos porque huir del virus se ha convertido en la metáfora de huir de nosotros, confinarnos cada uno en nuestra cueva y que nos lleven la bandeja con la comida a la puerta. El síndrome del caracol que ya ha invadido países como Japón.

Imaginemos que el virus hubiera venido con la intención de que el ser humano recapacitase sobre su deriva: seguro que se marcharía más espantado de cómo vino, no tienen remedio.

Tenemos armas contra la crisis que asola el planeta, las armas de toda la vida, el amor, la creatividad, la fuerza y la belleza.

Adelante.

elObservadorDCLM