El Miedo

-Me duele aquí, entre la espalda y el pecho...
-¿puedes describirme el dolor?
-No sabría decirle. Es como si algo me atravesara y me llegase a la espalda.
-¿es un dolor superficial?
-No. Me duele dentro.
-¿Te duele al respirar?
-No. Me duele constantemente.
-¿Desde cuando?
-Desde hace unos dos meses. No he fumado ni un cigarrillo desde hace días.
-Te voy a auscultar.
-¿Me quito la camisa?
-Si. Ponte ahí. Respira profundamente... ¿Has perdido peso últimamente?
-Sí, un poco sí. También estoy haciendo algo de dieta...

La respiración del doctor es más convincente que la aparente tranquilidad que sus ojos se esfuerzan por expresar. Exhala el aire, insufla urgencia a sus preguntas y no se da cuenta de que el voluntarioso gesto artificial que pone en su rostro es insignificante frente al imperceptible y poderoso signo de una respiración agitada por una preocupación tan honda.
Ambos hombres toman asiento frente a frente, separados por la mesa escritorio de la consulta. El médico descuelga el teléfono y marca un número. El tono de su pregunta es afectado, como un ruego pequeño de rutina. Alguien le da posibles fechas para una cita y él asiente. El día tres hay hueco en radiología.

-Te vamos a hacer una radiografía. A ver que vea tu historial...
-Creo que ya me hicieron una hace unos meses, cuando lo del riñón. Si mal no recuerdo, el radiólogo se equivocó y me hizo una radiografía del pecho.
-Sí, aquí está... ¿la conservas junto a las demás?
-Sí, claro...
-Tráela cuando te hagas estas. Para comparar.

¿Qué tendrá que comparar el doctor entre dos radiografías de tórax separadas por algunos meses? Esta pregunta se estira como un hilo frío y aterrador, un tentáculo de materia inhumana y blanquecina que roza con su tacto helado el dolor inidentificable que atraviesa el pecho sin saber por qué. ¿Por qué habrá preguntado sobre la pérdida de peso? ¿Por qué esa sensación de que lo de la dieta es una excusa?
La incertidumbre en la que se esconde ese dolor sin nombre se convierte en un demonio silencioso y palpable. Cada minuto que pasa más y más. No es un ente al que mirar a la cara. Es una sensación que se escapa entre los dedos, se mete por los agujeros de tu nariz, tus ojos y tus oídos, roba el ruido de tus días y hace desaparecer todo el sol y los prados verdes que en tu memoria vivían para siempre.

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