Parar lo imparable / Gabriel Gomar

He intentado ponerme en la piel de los taxistas. He hecho un ejercicio de empatía con este colectivo partiendo de como me sentiría yo si en mi sector aparecieran unos competidores, que, con una regulación distinta a la mía, hicieran lo que yo hago, lo hicieran mejor, al mismo precio y creciendo exponencialmente como consecuencia de ello. Lo he intentado, pero no puedo. Incluso he observado el conflicto desde la perspectiva del capitalismo salvaje que se come al pequeño empresario o autónomo, como lo enfocan algunas autoras/analistas de izquierdas. Pero repito, no puedo, es visceral. Me caen muy mal y he observado que a casi todas las personas que conozco le caen muy mal. Esa antipatía es absolutamente transversal, casi unánime, lo cual ya es difícil en España. Oigo hablar mal de ellos a amigos de derechas, a amigas de izquierdas, a jóvenes y mayores, a gente con “posibles” y a “tiesos”. Las anécdotas de abusos, mala educación, pésimo servicio se agolpan en la barra de un bar cuando sale a relucir el tema del conflicto de los llamados “pesetas”. No se si esto es justo o no, solo constato una realidad, a la que sólo me cabe matizar que los de Madrid, en esto de la animadversión se llevan la palma, siendo matizable en otros lugares de España.  Y para colmo las movilizaciones salvajes, paralizando las ciudades y molestando a sus potenciales clientes, no están ayudando mucho a su causa. 

Se me ocurren mil ejemplos de profesiones, oficios y sectores de actividad que nos han dejado para siempre por falta de adaptación a la modernidad o esta economía en continuo proceso de transformación, pero este artículo no va de eso, va de sensaciones, de fobias y de filias.

Lo tienen muy difícil porque no cuentan con el apoyo de la población y tanto Uber como Cabify han calado en España mucho más que en otros países. Y lo siento nuevamente, pero me apetece decir: “por algo será”. 

Gabriel Gomar