DCLM.ES · OPINIONES · Fernando Mora
La palabra “bulero” no existe en la lengua castellana entendida como propagador de bulos, aunque sí la de buldero, que está en desuso. Ya Lázaro de Tormes nos habla del buldero a quién sirvió, del cual decía que fue éste “el mas desenvuelto y desvergonzado, y el mayor echador de ellas – de las bulas- que jamás vi ni ver espero, ni pienso que nadie vio, porque tenía y buscaba modos y manera muy sutiles invenciones”.
Sin embargo, ambos podrían ser perfectos sinónimos, porque tanto el bulo como la bula se fundamentan en la falsedad que construye su relato en la concesión de privilegios, una carga, una obligación o una dispensa.
Las bulas pervivieron por nuestras tierras durante siglos, y los bulderos fueron personajes que “vivieron del cuento”, vendiendo documentos eclesiales, ya fuesen “verdaderos” o “falsos”, que incluso dentro de la mismísima falsedad siempre las hay aún mayores.
Hoy la política, el mensaje y la exageración se ha convertido en un todo. Hay bula para ello, concedida por resabiados proceres de la Patria o aspirantes a ello.
Un interés inusitado por el “bulo” y los “bulderos” ponen enorme interés porque se les escuche, para lo cual es imprescindible que la exageración alcance grandes dotes de estupidez y estulticia, y que en la boca de estos pícaros personaje puedan parecer frase o relatos singulares e ingenioso, fruto de aguda y concienzuda investigación o paradójico descubrimiento de cuestiones que pudieran parecer ocultas, como si en este mundo algo pudiera esconderse.
Desde hace tiempo jalear a los propios y denigrar al contrario se ha convertido en un deporte de alta competición. ¡A ver quién más jalea y quien es el que más denigra¡
A este deporte voluptuoso dedican todos sus esfuerzos sesudos laboratorios de comunicación política e ¡ideas¡, personajes indeseables que se autodenominan “periodismo libre e independiente”, y que viven del libelo. Algunos de ellos autodenominados “influencers”, personajes que se rodean de una “aureola” de credibilidad, verdaderos “comunicadores de la nada”, repletos de sesudos y convincentes análisis, con un marketing al que se atribuye “cierta credibilidad” para vendernos como cierto cualquier tipo producto falso. Todo se esparcen en una pléyade de medios digitales, o son preparados para ser pronunciados por “resabiados” políticos con pretensiones de “hombres de Estado” a los que dan a leer frases lapidarias, contundentes, proféticas e irrebatibles.
Política y comunicación se han trastocado en un enjambre de buleros o bulderos. Son el 2.0 de la era digital. Auténticos calumniadores, personajes extravagantes, exageradores, twiteros de barra, trumpistas, ayuseros, esperpentos, troleros, bebedores de “carajillos” a primera hora de la mañana, mentirosos, embusteros, cameladores, engañadores, alcahuetes, echadores de cartas, cuentistas, paparrucheros, filferos, whasapeadores, infundiadores, patrañuelos, difusores de fake news, encantadores, brujos de medio pelo, pícaros, imbéciles, ignorantes, traidores, vividores del escándalo, adivinos, profetas, bolsonaristas, chismosos, propagadores de posverdades … ¡Y curioso¡: Todos suelen utilizar este tipo de epítetos, como si no hubiera un mañana, para calificar a sus contrarios.
Utilizan un lenguaje de gran simplificación y escasa inventiva resucitando los viejos fantasmas del macartismo que creíamos desaparecido tras la caída del muro de Berlín. Así hablan de “comunistas” -cuando son una ideología residual- y por extensión de “socialcomunistas”, se expanden “los bolivarianos”, los “bilduetarras”, los “amigos de ETA” aunque esta organización criminal haya desaparecido hace más de diez años. Se trata de resucitar en el subsconciente o en inconsciente, “viejas pesadillas” de otros tiempos. Pero también se simplifica cuando se habla de “fascistas” o de “fachas” como si anduviéramos en la Europa de los años veinte o la España de los años treinta. El mundo lo dividen entre “constitucionalistas” y “anticonstitucionalistas”, titulo otorgado por voluntad subjetiva del que usa el término, incluyendo o excluyendo a voluntad, como si la Constitución fuese algo tan dúctil y flexible como un chicle. Pero lo que es peor, la legitimidad o la ilegitimidad se otorga también en base a criterios absolutamente subjetivos, justificando así el cuestionamiento de las instituciones, ya sea el Gobierno, el Parlamento, la democracia o el poder Judicial.
La barbaridad prima, y se premia. El caso es intentar “ser alguien”, estar en boca de los comentaristas de turno, los tertulianos de postín o los salvapatrias del amanecer, entre otras especies de cotidiana inconsistencia…. Sabelotodos de nada, adivinos de la prospectiva y magos del futuro, personajes que nos amargan la vida prediciendo lo mal que va, o va a ir, prediciendo catástrofes en el mundo, la sociedad, la economía, los Gobiernos, la oposición o la salud. Sabedores de nada e ignorantes de todo. Se distorsiona deliberadamente la realidad, se manipulan las creencias y las emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales. Se alientan “los pecados” de “los otros” pero se “ignoran” los mismos pecados en “los propios” en una suerte de fariseísmo, tan obsceno como hipócrita. La confusión crea adictos…, y “la duda” deja de ser cartesiana para ser “duda no discernible”.
Esta suerte de personajes ha tenido a bien poner a nuestra insigne Patria, a la que muchos dicen amar y defender, en el corazón de los Golpes de Estado. Golpes de Estado que están, hoy por hoy, al precio de las castañas en Navidad. No hay radio, televisión, mensaje de Whasap o Telegram, twiter, artículo periodístico, frase “ingeniosa” que no sea pronunciada por un “buldero profesional” que nos perturbe o amargue el día.
Las frases oídas y escuchadas por los pobres mortales han perturbado el sentido social de la audición y enajenado nuestras mentes de cualquier raciocinio o ejercicio intelectual.
El bulo es un virus con alto poder infeccioso y es socialmente muy contaminante. Hace llegar la enfermedad al cerebro, y provoca que tanto el individuo como el cuerpo social esté perdido.
Quien almacena bulos en el cerebro pierde lentamente su personalidad sin apercibirse de ello, hasta el punto de anular el “yo” y pasar a ser NADIE. El individuo, perdiendo su esencia y ser, es capaz de convertirse en masa amorfa y cuestionar lo hasta ahora incuestionable, el sentido común, convirtiendo tal vez el “metaverso” en “incuestionable realidad”, como pasó en el asalto al Congreso de los Estados Unidos, recientemente en Brasilia, sucediese en Cataluña con el bloqueo realizado a su Parlamento en 2011, o con aquellas convocatorias de “rodea el Congreso” que también proliferaron en algún tiempo. Su objeto no es otro que poner en cuestión a las más altas instituciones del Estado.
No obstante, el infectado, siempre tendrá la sensación de ser ALGUIEN, de ser más fuerte y poderoso, de ser un SER SUPERIOR, creerá saberlo todo, estará en posesión de ideas arrebatadoras y convincentes, que reproducirá “cual Verdad Absoluta”, a los cuatro vientos. De esta forma se crean “paraísos” y conciencias particulares en torno a cuestiones generales, de tal forma que la sociedad se ve compelida a pensar lo que ningún individuo ha sido capaz de discernir por sí mismo.
Al final, el conjunto de la sociedad acaba reflejando su rostro en el espejo cóncavo del valleinclanesco callejón de Gato, o en esos millones de “espejos” que todos llevamos en el bolsillo, cual “agente” de un “Gran Hermano” desconocido, o también en ese otro que todos tenemos en casa, que ha pasado de ser cóncavo, a ser plano y ahora convexo. Todo un mundo en imágenes y palabras.
Fernando Mora Rodríguez.
Politólogo.
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