Sobre los detractores de los móviles

Era una cena adelantada de Navidad, ya se sabe si te esperas a las últimas fechas, no hay manera. No era una velada familiar, habíamos comido bastante bien y bebido vino tinto y cava, allí había de todo, catalanes, vascos, navarros, castellanos y un primo mío, toledano. Yo también soy toledana y normalmente no suelo enfrascarme en discusiones. Pero últimamente no tolero a esos intelectuales de mierda que critican las nuevas tecnologías y, sobre todo, a los que hablan con desprecio de los móviles. Le respondí a Mariela si ella prefería sus vibradores porque, argumenté, cada uno tiene sus juguetes favoritos. Primero fueron los libros, la radio, la tele, los equipos de música, los ordenadores y ahora nuestros dispositivos, gracias a los cuales nos comunicamos, hacemos amistades, quedamos para follar, dije, hacemos fotos y se las pasamos a otros, sabemos qué tiempo hará esta semana, guardamos nuestras citas, leemos los digitales, alquilamos bicicletas, motos y coches, reservamos vuelos y hoteles o pagamos el estacionamiento sin necesidad de bajar de coche, buscar la máquina y, en algunas ciudades como Madrid, hacer un cursillo para entenderlas. Joder, dije, me tenéis hasta los ovarios los detractores de los móviles, os odio, sin cordialidad. También hubo en su época, añadí, tipos retrógrados que se tenían por avanzados o guardianes de la humanidad, que criticaron la aparición de la imprenta y de tantos otros avances, tíos. Mariela me preguntó cómo cojones sabía yo lo de sus vibradores y cómo follaba yo por los móviles y le dije, joder Mariela, quedando con tu marido, tía. Ahí si que se lió gorda.

Nati