El péndulo del encanto y el desencanto

Desde la muerte de Franco y el nacimiento de las libertades democráticas en España, hemos sentido oscilar varias veces el péndulo del encanto y el desencanto. El ser humano tiene tendencia a celebrar con euforia sus grandes victorias pero también sufre luego ciertas depresiones: parece que la fiesta ha terminado, que tal vez se aspirase a más, que el motivo para la euforia no fuera para tanto o que ya tengamos otras metas por delante. Llegan las nuevas generaciones que no vivieron la enorme lucha de las anteriores por liberarse de los yugos y las flechas, nuevos hombres y mujeres que apenas valoran el legado que han recibido como si en España siempre hubiera existido libertad de ser y de expresarse.

Ya en democracia hemos sufrido otras resacas, la más cercana durante la crisis de 2008 que dejó importantes dosis de desconfianza en la política y en los políticos. Muchos pagaron la crisis y otros, los de siempre, los de antes, se aprovecharon de ella. 

También la derecha española se enfrentó con el desencanto social tras constatarse y sufrir la merecida condena pública por su corrupción, una de sus principales señas de identidad. Desencanto también con la extraña aventura del personalista Albert Rivera y sus desorientados ciudadanos. 

Ahora intentan rearmarse y nos invitan a otra contienda en la que aspiran a salir victoriosos. El mejor medicamento contra el desencanto son las causas justas. Quieren camuflar de populismo otra andanada de las minorías ultras, hechos rotundos, muchos de ellos falsos pero disfrazados de verdades absolutas.

Deben saber PP, Vox y todos sus medios de comunicación que cada día urden titulares apocalípticos, que están sirviendo en bandeja una causa justa por la que volver a encantarnos. 

elObservadorDCLM