UN DÍA COMO HOY DE 1924: Unamuno es desterrado a Fuerteventura

Unamuno, ese personaje controvertido que tanto dio que hablar en otro tiempo, fue desterrado el 20 de febrero de 1924 a la isla de Fuerteventura, cuando en Fuerteventura solo había mar, arena y camellos.

Al igual que ocurre con otros personajes de la Historia, como Pedro I para unos “el cruel” para otros “el justiciero”, Unamuno nunca dejó indiferente a nadie, como suele ocurrir con aquellas personas que tienen como máxima la “libertad de pensamiento”. El carisma de quien no encuentra obstáculos a la hora de dar su opinión y ni la opinión pública, ni siquiera las normas son cortapisas para expresar sus ideas.

Esta es la razón que le llevó a ser desterrado a sus 59 años, tras publicar diversos escritos en los que se mostró poco de acuerdo con las figuras del rey, Alfonso XIII y del Directorio Militar de Primo de Rivera, aunque con este último era además una cuestión personal.

Su no estar de acuerdo con el “traje nuevo del Emperador” como en el cuento del célebre Hans Christian Andersen, en un mundo donde nadie se atrevía a decir lo que pensaba,  le llevó a ser cesado de su cargo de vicerrector de la Universidad de Salamanca y también como decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Le costó la suspensión de “empleo y sueldo” y un viaje larguísimo hasta la isla de Fuerteventura.

Primo de Rivera, viudo desde hacía años, se había autoproclamado referente de la moralidad, haciendo una realidad el “dime de qué presumes y te diré de qué careces” porque no podía dejar de sentirse atraído por las faldas y los ambientes calificados en el momento como de “dudosa reputación”. Se hacía acompañar de bailarinas y actrices, entre ellas “La Caoba”, conocida por su afición a la cocaína y por la que el dictador llegó a expulsar de la carrera judicial a un juez que pretendía encarcelarla.

Con estos ingredientes, colocados en el análisis del intelectual más aclamado del momento y en su propia pluma, le hizo diana del odio de quienes veían con buenos ojos el traje nuevo/invisible del emperador.

Por si esto no fuera suficiente para sus enemigos, se añadieron las palabras del catedrático en el inicio del curso académico, tras el golpe de estado de Primo de Rivera, cuando dijo a sus alumnos: “Sea vuestro ideal el discreto y casto Don Quijote y no el botarate de Don Juan Tenorio, peliculero y héroe de casino. Es la inteligencia la que ha de salvar la Patria”.

Así que Unamuno se vio forzado a decidir qué tres libros se llevaría a una isla desierta, y en este caso no era una parábola ni un juego, sino la más cruda realidad. Cargó con La Biblia, La Divina Comedia y las poesías de Giacomo Leopardi.

De todo ello, en este mes de febrero se cumple un siglo.

Tras varios meses de destierro forzado, el rey firmó una amnistía de la que pudo beneficiarse, pero Unamuno decidió exiliarse en Francia. Primero en París y posteriormente a Hendaya, conde coincidió con otros escritores españoles como Ortega y Gasset y Blasco Ibáñez.

Solo volvió a España tras la muerte de Primo de Rivera, en el año 1930.

Su experiencia le llevó a presentarse como concejal en Salamanca, por el Partido Republicano Socialista, en el que salió elegido y fue el responsable de proclamar la República, el 14 de abril, desde el balcón del Ayuntamiento.

Poco después también fue nombrado diputado por esta misma provincia, pero dos años más tarde renunció a la vida política y comenzó a cargar contra Manuel Azaña mientras se aproximaba a José Antonio Primo de Rivera y otros falangistas.

En 1936 apoyó el golpe de estado rebelde, confiado en que volvería la República, pero cuando vio su resultado se arrepintió enormemente. Lamentablemente ya era tarde para ello, y su ideología de “libertad de pensamiento” volvió a traerle problemas, al dar su opinión sobre la dictadura franquista: “Venceréis, pero no convenceréis” pronunció en la Universidad ante el bando rebelde.

El 31 de diciembre de 1936, ya anciano, recibió la visita del falangista Bartolomé de Aragón, con quien se enzarzó en una profunda discusión política, que le hizo caer fulminado de un infarto.

El librepensador, filósofo, que para unos era un “sabio” y para otros un “sabelotodo” dejó de existir, pero su inconformismo, su rebeldía y su forma de ver la vida ha quedado para la historia, como una lección indeleble que ni el paso del tiempo, ni el cambio de ideas, dejara marchar, como se puede ver un siglo después.

P. Moratilla