Tocata y fuga del tiempo

Sin ser neurobiólogo ni psicólogo,el poeta Juan Ramón Jiménez, lo explicó de esta manera:

No corras. Ve despacio,
que donde tienes que ir
es a ti solo

Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, recién nacido
eterno,
no te puede seguir

Si vas deprisa,
el tiempo volará ante ti, como una
mariposilla esquiva.

Si vas despacio,
el tiempo irá detras de ti,
como un buey manso.

Juan Ramón Jiménez

Otra vez la Navidad. Para un niño es algo asombroso porque todo es nuevo, los árboles, las luces, los adornos de las ciudades, su manera de percibir el cambio de rutinas en las personas mayores: ¡se cumplen deseos!, los Magos que llegan de Oriente, la estrella, los pastores, el portal. Ese universo de impresiones amplía la sensación de tiempo, tienen pocos años de vida para experimentar y, por eso, los niños prestan más atención a las cosas nuevas, registran más detalles. Durante nuestra niñez y nuestra juventud vivimos una experiencia nueva cada hora del día, atesoramos más recuerdos y cuanto más vivimos el presente, el tiempo pasa más despacio.

El reloj avanza siempre igual, pasan diez, veinte, treinta navidades y muchas más. Ya hemos vivido tantas luces, tantas ciudades adornadas, tantas veces los mismos villancicos y la forma de percibir el mismo comportamiento de las personas que el tiempo se acelera porque ahora tenemos menos primeras veces.

La percepción del paso del tiempo cambia con la edad. Cuanto más mayores somos, cuantas más navidades hemos vivido, las novedades se han convertido ya en rutinas y cada año que pasa percibimos que el tiempo añade menos al total de nuestras vidas que cuando éramos niños: los años se acortan por la monotonía de nuestros recuerdos.

Así han intentado explicar psicólogos y neurobiólogos por qué nos parece que el tiempo pasa más deprisa cuanto más mayores nos hacemos. El tiempo es el mismo, 365 días, pero cambia la percepción. Cuando las experiencias son nuevas, prestamos más atención, descubrimos más detalles que cuando la experiencia ya se ha repetido. El esfuerzo mental para percibir y archivar las nuevas vivencias nos produce la sensación de que el tiempo pasa más lentamente y que el tiempo transcurrido es mayor. La mayoría de las experiencias nuevas se acumulan durante la niñez, adolescencia y la primera juventud. Durante esos años parece que el tiempo es más largo. 

¿Cómo conseguir entonces detener el paso del tiempo cuando nos hacemos más mayores?

Parece que existen varios trucos como realizar actividades distintas cada día, evitar la rutina, saborear cada porción de comida, cada conversación, cada mirada, perderse en esa música, leer detenidamente y recrear lo que nos cuentan, escuchar a esa persona que te habla, pausar antes de responder, vivir en definitiva el presente, estar más pendiente de tus pensamientos, tus actos y también de los sentimientos, olvidar de relojes y los horarios, almacenar más recuerdos, conocer gente y lugares, sabores nuevos…llenar el tiempo de momentos únicos y memorables.

Salir, en definitiva, del piloto automático y de la rutina, salir de la prisa, del estrés porque si tienes mucho que hacer pero poco tiempo, el tiempo pasa más rápido.

Si corres, el tiempo va más deprisa.

Los que hacemos DCLM recreamos las palabras de Juan Ramón Jiménez: No corras, ve despacio, que el niño que llevas dentro no te puede seguir.

Felices y nuevas navidades.

DCLM