Muere la mejor trapecista del mundo, Pinito del Oro. Sus padres eran de Albadalejo, Ciudad Real

Sus padres eran de un pueblo de Ciudad Real, Albadalejo donde ya habían tenido seis hijos vivos y otros doce que fallecieron. Con el anuncio de la guerra civil, la familia Segura se fue a Canarias “donde no había tiros ni otros circos”. Allí nació, en Las Palmas, Cristina María del Pino.

Su madre insistía en que no quería que Cristina se dedicara al circo, pero la muerte en accidente de tráfico de su hermana Esther, que se ocupaba del trapecio, trastocó los planes. Después de un breve periodo de aprendizaje, debutó en la pista con solo 11 años haciendo equilibrios sobre el alambre.

Desde el principio se descubrieron sus dotes de audacia y sangre fría que dejaban boquiabierto al público. Ensayaba muchas horas, hizo construir a su padre un trapecio especial, algo más ancho que los que se usaban entonces, para desarrollar el que sería su número estrella, que le hacía balancearse de un extremo a otro de la carpa apoyada únicamente en la cabeza.

Con su sobrenombre, Pinito del Oro, se hizo muy popular. En 1948 sufrió un accidente, el más grave de su carrera, en Huelva: estuvo ocho días en coma con una fractura del cráneo tras caer en la pista desde los más alto del circo. Cristina trabajaba sin red.

Cuando se recuperó volvió al trapecio, viajó a Estados Unidos y triunfó en el Madison Square Garden donde llegaron a acudir a verla 30.000 espectadores.

En Suecia sufrió en segundo accidente, en 1968, que le llevó a anunciar su retirada. Pero volvió y otra vez cayó en Laredo. Fue el accidente definitivo. Abandonó el mundo del circo en 1969.

Pinito pasó el resto de su vida en Gran Canaria donde tuvo dos hijos y ha fallecido. En 1990 le concedieron el Premio Nacional del Circo.

MITO ERÓTICO

Como contaba el diario de las Palmas “Las Provincias”, además de maestra del trapecio, Pinito del Oro ejerció también el papel de mito erótico. En una España en la que la visión de la anatomía femenina estaba penalizada por los poderes políticos y religiosos, la presencia de una mujer joven y atractiva que lucía en público ajustados maillots que dejaban al descubierto buena parte de su cuerpo era todo un acontecimiento. En algunas publicaciones de la época se llegaron a retocar fotografías de la trapecista para ocultar sus encantos. Lo contaba la propia artista hace unos años, cuando recordaba que los censores sombreaban su escote y le tapaban las ingles con sellos en un alarde de moralismo que hoy resulta inconcebible.