UN DÍA COMO HOY DE 1520: Carlos I enciende la mecha de la Guerra de las Comunidades con el nombramiento como regente de Adriano de Utrecht

Hay días que se recuerdan y otros que se intentan olvidar atendiendo al resultado del mismo. El 20 de mayo de 1520, es un día que puede pasar desapercibido, excepto si entras en la historia de España y para más señas en la historia de Castilla y compruebas que ese día, fue un día negro:  El rey Carlos I nombra regente al borgoñón, Adriano de Utrecht, durante el tiempo que dure su viaje a Germania.

Esta decisión, se fue gestando, a fuego lento, muchos años atrás. Cuando en 1507, Maximiliano de Austria, abuelo paterno de Carlos, decidió nombrar a Adriano preceptor de su nieto, hijo de Felipe El Hermoso y Juana la Loca y por tanto, nieto por parte materna, de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.

Este nombramiento tuvo entre sus consecuencias, que el propio Adriano fuese mandado a Castilla, ante la previsible muerte de Fernando El Católico, con los poderes suficientes, como para tomar posesión del reino, en nombre de Carlos, para evitar así el reinado de su madre, Juana. Pero el rey católico ya había designado como regentes al arzobispo de Zaragoza y al Cardenal Cisneros, por lo que su visita a Castilla se tradujo en un tenso encuentro en el Monasterio de Guadalupe.

Tras ello, Adriano quiso crear un grupo de partidarios de Carlos que a su vez estuviesen de acuerdo en evitar que Juana fuese reina, y por ello en 1516 ordenó que las visitas a la reina “loca” solo serían posibles si contaban con su expreso consentimiento.

Todas las decisiones que le tocó tomar en aquel momento, demostraron el profundo desconocimiento de lo que acontecía en Castilla, algo que se ponía de manifiesto, en las consecuencias de sus obras, que tan solo dejaban un rastro de enfado y desasosiego en la población.  

Una vez Carlos tomó posesión de la corona, y se transformó en Carlos I, procuró rodearse de un séquito, al que los nobles castellanos llamaban “los borgoñones”. Todos ellos venidos de las Germanías y con poco dominio del idioma castellano, lo que a su vez ocasionó el aislamiento del resto de cortesanos, al tiempo que colocaba a los nobles castellanos en guardia, sobre los movimientos que la política del momento iba haciendo, que poco o nada tenían que ver con aquellos a los que estaban acostumbrados.

El 20 de mayo de 1520, Carlos tenía que viajar las Germanias, para realizar algunas gestiones. Dada la inestabilidad política que reinaba en Castilla, desde la muerte de Isabel La Católica, decidió designar como regente al de Utrech, que a pesar de tener un talante conciliador y dialogante, no era bien visto en el entorno.  Su designación no fue bien recibida por las Cortes, ni tampoco por la nobleza castellana, fundamentalmente por su condición de extranjero. Algo que contravenía las leyes castellanas para el ejercicio del cargo.

Ante este incumplimiento, la Junta de Tordesillas, se reunió con carácter urgente y no reconoció la regencia de Adriano, al que conminaron para que ejerciese únicamente sus funciones como “inquisidor general”. La revuelta era ya manifiesta, por lo que intentó apaciguarla, aunque sin resultado a pesar de que medió entre las peticiones de los comuneros y el propio monarca.

La Guerra de las Comunidades era ya un hecho, pero aun así, tras la derrota de los comuneros en Villalar, Adriano (que además era cardenal) intentó que las represalias no fueran excesivamente duras, aunque él se sintió incapaz de juzgarlos, razón por la que se marchó a Roma, desde donde siguió defendiendo a algunos de los inculpados e incluso se mostró molesto con la corrupción generada en torno a la venta de los bienes de los comuneros condenados.

Un año más tarde, Adriano tomaba decisiones, como la de ordenar la prohibición de los escritos de Martín Lutero y un año más tarde fue elegido Papa con el nombre de Adriano VI.

Murió tan solo un año más tarde, y pasó a la historia como uno de los Papas más breves y conciliadores que ha dado el Vaticano. Eso sí… no solo no pudo evitar la Guerra de las Comunidades, sino que fue la mecha que la encendió, sin quererlo.

P. Moratilla