EL REY DESNUDO, EL REY PASMADO Y EL REY DE LA REGATA

En tiempos de un surrealismo tan real, vienen a colación estas dos historias, la del traje del emperador desnudo y la “Crónica del Rey pasmado”, una preciosa novela de Torrente Ballester. 

I.- El traje del emperador desnudo. 

Dos granujas se hacen pasar por sastres y aseguran que van a confeccionar un precioso traje que solo podrán ver aquellos que realmente son hijos de quienes se supone son sus padres. Cortan el traje y se lo ponen al emperador que, en realidad desnudo, sale por las calles montado en su caballo. Le ven como está, desnudo, pero le regalan sus vítores y todos alaban la belleza del traje que lleva puesto. Finalmente, un niño dice en voz alta “el rey va desnudo”. Entonces se desvanece la gran mentira y tanto los cortesanos como el propio rey y el pueblo reconocen que, en efecto, el rey va desnudo, persiguen a los sastres mangantes pero no pueden ya darles caza pues han desaparecido con todo el dinero, joyas, oro, plata y sedas que les habían entregado para confeccionar el falso traje del rey.

II.- “El rey pasmado”. 

“La madrugada de aquel domingo, tantos de octubre, fue de milagros, maravillas y sorpresas, si bien hubiera, como siempre, desacuerdo entre testigos y testimonios”.

De esta manera nos sitúa el escritor gallego en la segunda historia. En este caso se trata de un rey del siglo XVII, supuestamente Felipe IV, quien pasa una noche con la prostituta más bella de la Villa y Corte, Marfisa. Nada más abandonar su lecho, suceden dos cosas. El rey se pone a buscar el medio ducado con el que, según rezaba en el protocolo, los monarcas españoles debían pagar a sus putas. El conde de la Peña Andrada sonríe: “­Señor, el protocolo está anticuado, y Marfisa es la puta más cara de la villa. Por lo menos diez ducados”.

“El cuerpo de Marfisa había quedado medio al descubierto: mostraba la cabellera, la espalda, la delgada cintura, el arranque de las nalgas. El rey la miró con sorpresa, con estupefacción” 

El rey rey se ha quedado pasmado al ver a una mujer mostrando parte de su cuerpo sin ropa y entonces pide ver a su reina desnuda, deseo que pronto se extiende hasta remover los cimientos del Estado ya que en esa época estaba prohibido, incluso a los reyes, ver a sus esposas desnudas. 

Se producen entonces enconadas discusiones que se reúnen hasta el Tribunal de la Inquisición donde opinan frailes y moralistas. La reflexión más sorprendente es la del jesuita padre Almeida a quien le preguntan qué entiende por desgobierno, respuesta que enciende aún más la polémica: “¿Quemar judíos, brujas y moriscos; quemar herejes; atentar contra la libertad de los pueblos; hacer esclavos a los hombres; explotar su trabajo con impuestos que no pueden pagar; ¿pensar que los hombres son distintos cuando Dios los hizo iguales...?”. 

El final es feliz ya que el rey puede ver a su reina desnuda, lo cual no supone malos augurios para España, tal y como habían vaticinado numerosos agoreros.

III.- El Rey de la regata

Superando en surrealismo leyenda y novela, en siglos venideros se hablará de otro rey del que todos en la Villa y Corte sabían que había engañado a su esposa la reina, con muchas Marfisas a las que recompensaba generosamente ya que había podido amasar una enorme fortuna cobrando comisiones, haciendo negocietes propios de su cargo y defraudando a la Hacienda pública. Tuvo que huir del país en el que reinó, aunque la justicia nada pudo hacer dada su inviolabilidad como monarca y dado que al juzgarse algunos de los hechos acontecidos, estos ya habían prescrito. Anciano ya, quiso regresar a su querido país a participar en una regata y muchos cortesanos le vieron vestido y le aclamaron aunque en realidad los niños sabían que estaba desnudo.

Gloria Gallas