¿Has cogido mi planeta de mi neceser?

Tenía un planeta celosamente guardado en un cajón del cuarto de baño y lo descubrió mi madre la tarde en que fui al cumpleaños de Lolo. Me lo había pasado muy bien porque estuvimos correteando por las lindes de aquel otoño caluroso y comprobando, admirados, el estado de gracia de las percas en las barcas de las albercas. Y lo mejor de todo es que allí estaba la prima de Lolo, Jara, la que a mi me gustaba desde que la vi por primera vez. Llegué a casa entusiasmado, el brillo de mis ojos se reflejaba en mis ojos y, en mis labios, la sonrisa de mis labios. Todo era perfecto hasta que entré en el baño y abrí mi neceser: ¡mamá!, grite descompuesto: ¿has cogido mi planeta de mi neceser? Sí, dijo ella desde la otra punta de la casa: "no me parece bien que un niño de doce años guarde un planeta en su neceser", dijo. Yo me fui a mi cuarto desorientado, desconsolado, me senté ante la mesa y escribí una poesía:

Planetas que desde el más remoto confín declináis 
mi trayectoria común de forma indecisa y marcáis mi viaje habitual de ser dudoso y señaláis
 mi recorrido acostumbrado de substancia incierta y rubricáis
 en el curso el recurso y el transcurso
. Acudid planetas en masa a socorrerme 
que estoy en la triste tristeza de mis ojos y mis labios, 
afligido y solitario.



Por la tarde, mi madre me devolvió el planeta y yo le devolví una caricia. El universo se revolvió en una de sus habituales costumbres indecisas.

Lago