Crónicas del caminar (I): La Morra de la Conceja

• Amanece en la Mancha un día cualquiera. Los amigos se encuentran dispuestos a «hacer el día» concretándolo con esa impertinencia del caminar: ¡Caminar para observar!, que es en realidad lo más impertinente de la cuestión.
• Antes de nada, preparar las fuerzas: café con leche o chocolate y unos churros en «La Patricia» cumplen a la perfección. Después unos pocos kilómetros, y casi sin darnos cuenta, estamos en Ruidera, esa joya, ese paraíso en forma de agua en mitad del secarral. Allí nos espera nuestro amigo Salvador.
• — ¿Ya tienes la ruta? —Pregunto—. Aquiescente asentamiento de cabeza por su parte. —Vamos a la Morra de la Conceja—. Y sin más que añadir partimos para allá.
• Destaca el gris azulado de los cielos tras las pequeñas lomas matizadas de coscojas y romeros. Estamos en esos inicios del camino que hemos de andar. Héctor, nuestro fotógrafo-escritor realiza la primera toma. Después escribe (aunque lo hace en su imaginación):

«El grupo avanza bordeando la Laguna Conceja. El camino es ancho y solitario; afortunadamente por aquí no suelen transitar vehículos de motor. Utilizo un pequeño terraplén aledaño al camino para conseguir una mejor vista del grupo en primer plano con la laguna al fondo.»

• Y es que Héctor hace estas cosas a la par: fotografía y poetiza el ambiente ¡Es genial!

«La presencia de la Casa de los Duendes, una construcción abandonada desde hace décadas, supuestamente por los ruidos ocasionados por esos seres misteriosos, les hace especular sobre la existencia de otras formas de comunicación que atraviesen tiempo y espacio. Reconozco que todo choca contra mi estricta conciencia científica. Pero lo cierto es que el ambiente misterioso del lugar y la imponente figura de la Casa hacen volar la imaginación. “¿Y por qué no?”, pienso. “Hoy todo es posible”».

« Mariano se detiene de vez en cuando, saca su libreta y comienza a escribir. Toma notas con una regla que hace que todas las letras sean perfectamente rectas. Le encuadro a lo lejos, desde arriba, para que quede enmarcado entre la naturaleza floral y las aguas de la laguna. Sigo la regla de los tercios y le coloco en la esquina inferior derecha. He olvidado mi teleobjetivo, pero este 150 mm. prestado está dando la talla. Aquí comienza el ascenso».

Sí, aquí comienza el ascenso, un calvario para mí. Pero ya mi vista percibe multitud de imágenes que de no ser por esas impresiones fotográficas seguro que desaparecerán. Sin embargo mi imaginación cabalga enaltecida. Las plantas se mueven mecidas por la brisa, y los cantos de algunas aves parecen un plañidero duelo en esta necrópolis de en derredor. Porque estamos en un encuentro telúrico: esta tierra, este cerro, no es un mero predio sin más. No, no lo es… Es mucho más…

«Me encanta esta imagen de Mariano contemplando la majestuosidad de la laguna en el punto más alto del Morro de la Conceja. Le fotografío de espaldas con el gran angular, para transmitir la reverencia que siente Mariano por este lugar. Cierro el diafragma para aumentar la profundidad de campo y que tanto él como el paisaje estén enfocados. Al mismo tiempo, su figura me sirve de referencia para que el espectador se haga una idea de las sensaciones que experimentaría si estuviera aquí arriba: tamaños, alturas, perspectivas, vistas… La pequeñez del ser humano frente a su medio. Me gusta el cielo dramático que enfatizo con el filtro polarizador. Los colores de los árboles son casi de ciencia ficción. Gracias, otoño».

• Cuando alcanzo la cima el sudor surca mi frente. Son los años que me pesan, aunque los kilos también. Pero el paisaje que contemplo bien merece el esfuerzo.La laguna se muestra ante mis ojos con sus verdeazuladas aguas; reflejan como espejos el embrujo del lugar. Me estremezco de ternura y emoción. Abro la pequeña agenda y tomo notas febriles pese a la quietud y al sosiego que transmiten encinas y sabinares. Los chopos amarillean su otoñal madurez.

«Salvador va y viene, coge piedras, las descarta, coge otras, las trae… Mariano es más pausado: toma notas y observa curioso. Ambos recorren embelesados la morra. Las vistas son espectaculares. En esta toma hay tres protagonistas: Mariano, Salvador y la Casa de los Duendes que, como si fuera la dueña del lugar, se asoma a lo lejos, vigilándonos».

• Paco, María José y Pepi atienden encantados las explicaciones de Salvador. Es arqueología en estado puro; atenta, respetuosa con el tiempo y el Medio, casi una actitud sagrada en su hacer. ¡Ay, Ruidera, cuánto se ignora de ti!

«Me gusta ver a Salvador con las manos llenas de piedras recorrer el borde de la morra, buscando, analizando, pensando… Me recuerda a las primeras fotografías que vi de él en los ahora amarillentos periódicos con sus artículos que de adolescente devoré. De eso hace ya casi veinte años. Por un instante siento que no ha pasado el tiempo. Quiero inmortalizarle con las impresionantes vistas de las aguas de fondo, y así lo hago: despliego el teleobjetivo a 150 mm. para reducir la profundidad de campo y desenfocar el fondo. Salvador es el protagonista, pero dentro de su medio, disfrutándolo inocuamente, respetándolo y adorándolo, pensando en aquellos predecesores que, como él, tuvieron que correr, cantar, gritar y sufrir en estas tierras mágicas. El Hombre siempre debió vivir así: mimetizado con su entorno».

• Estas cosas escribe Héctor en su peculiar cuaderno de la imaginación. Pero yo soy más prosaico. Tengo que serlo. No puedo dejar pasar la oportunidad de hacer un nuevo guiño a la reivindicación. Porque la laguna Conceja es peculiar. Su dinamismo ecológico tiene una gran personalidad: estabilidad micro climática durante casi todo el año motivada por la escasez de cobertura vegetal en las laderas y el agotamiento de los emisores subterráneos por sobreexplotación del acuífero, lo que ha venido a facilitar la influencia sobre el agua de las condiciones térmicas continentales. Las variaciones máximas de la temperatura del agua están entre tres y cinco grados centígrados. Abarcada por una tullida franja de masiegas y carrizales, el hábitat para la fauna de ribera es consustancial…
• Y volvemos a caminar. Atrás queda «El Castellón», ese imperturbable poblado en altura situado sobre el cerro de la Conceja. Son secretos de Ruidera; lugares para la amistad, el amor y la ensoñación.

• Mariano Velasco (escritor, Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, y presidente de Asociación por la Defensa del Acuífero 23), con fotografías y comentarios de Héctor Campos.