Pablo Iglesias se viste de Prada / Miguel Nieto

Consultar a las bases de Podemos si Pablo e Irene deben dimitir por la compra del chalet de Galapagar no es un gesto de democracia interna, lo es de soberbia. Es como decirle a los representantes de la no casta, “si tenéis arrestos nos echáis a un año de las elecciones autonómicas y municipales, os quedáis como pollo sin cabeza y os coméis el marrón de haber negado al líder”.

La historia está llena de ejemplos de políticos torpes que pierden el contacto con el suelo cuando creen que su liderazgo ya no es de este mundo. Ese perfil que venía gestándose en Pablo Iglesias acabó de reafirmarse cuando una noche de invierno sopesó malamente que comprarse un chalet era un acto de rebeldía que nadie se tomaría a mal. Es la ceguera que acude cuando solo ves la paja en el ojo ajeno.

“No oséis discutir al líder bajo pena de orfandad”, traduce la pareja de moda a las tropas de descastados que les siguen. “Y no lo hagáis porque os dejo huérfanos de guía espiritual”, termina por amenazar.

Y aquí estamos, cientos de telediarios después, analizando al personaje Pablo y a su pareja Irene, sometidos al peor castigo que un político puede recibir, enfrentarlo a su otro yo, ese que lucha por lo materialista, lo burgués. El yo capitalista que no se resigna a vivir como predica por mucho que quien lo pregone se lo crea.

Irene y Pablo le han demostrado al mundo que el ser humano evoluciona hacia estados de bienestar a los que es complicado renunciar. Lo confirma Pablo cuando dice que “es muy difícil luchar contra el capitalismo”. ¡Y tanto Pablo! Fíjate si es así, todavía no has probado lo que es vivir en un palacio, me refiero al de La Moncloa, y tu otro yo te exige comodidades. No has catado el marisco pero algo te dice que cuando es caro será por algo. Y ahí está, la casita de Galapagar, el jardinero, el vigilante, el servicio y todo aquello que detestas o detestabas. Felicidades por tanto, sin quererlo has quitado presión al universo casta.

Pase lo que pase en el recuento, abierto el melón de que los círculos tengan la última palabra, habrá que advertir a Pablo e Irene que su otro yo, el burgués, no se conformará con un único plebiscito, que a partir de ya tendrán que filtrar por el tamiz de la consulta cuestiones varias como la educación de los gemelos, pública o privada; chacha sí o chacha no, Iberdrola o Endesa (ya saben, los que emplean a los de las puertas giratorias). En fin, un sinfin de votaciones que les liberen de la traición a las bases y les justifiquen las decisiones a tomar. En suma, la democracia en estado puro.

Porque lo peor que ha hecho Pablo no ha sido comprar el chalet, lo peor es negar su discurso, demostrar su debilidad y postrarse rendido ante el lujurioso capitalismo. Tres años después de vivir en el poder la tentación vence al líder de los descastados. Se me ocurre que ya está tardando para cortarse la coleta, echarse buenos afeites, vestirse con elegantes ternos y gritar ¡viva la monarquía!

Ese Pablo, trufado en socialdemócrata, podría tener su espacio.

Hasta entonces, hasta saber si es únicamente el principio de otro Pablo, bueno será que los que tengan que votar pongan cordura en el gesto, se vistan de gente con sentido común y proclamen que Pablo no es el diablo aunque vista de Prada. Vivir en un chalet no quita ni pone certificado de autenticidad, lo que lo delata es la traición a su mensaje.

Termino con la definición que dio sobre sí mismo el expresidente de Uruguay José Múgica cuando renunció a vivir en la residencia oficial: “Soy un veterano, un viejo que tiene unos cuantos años de cárcel, de tiros en el lomo, un tipo que se ha equivocado mucho, como su generación, porfiado, y que trata, hasta donde puede, de ser coherente con lo que piensa todos los días del año y todos los años de la vida”.

Miguel Nieto/periodista