Cambio de onda o el fin de crispación

Por fin parece que se atisba un cambio de frecuencia, puede ser la ley del péndulo o más bien que por fin nos hemos hartado todos de estar permanentemente crispados. Hemos pasado una época muy dura entre episodios reales como la pandemia y la guerra, y una tendencia caníbal a enfrentarnos entre amigos o familias, destacando más las diferencias que otras dificultades comunes que deberían unirnos, hacernos más fuertes, comprensivos y solidarios. 

La crispación social ha llegado también de otra forma mucho más artificial o artificiosa, vinculada a un enfrentamiento político, en exceso permeable porque muchos medios de comunicación lo han convertido en tendencia. Se sigue así la idea de que gana el que destruye, el que derrota, el que hace caer al otro, aunque nunca demuestre que podría hacerlo mejor, trabajando más o con la intención decidida de apoyar a la mayoría. Se ha crispado para derribar y el programa se ha instalado en el trato cotidiano en forma de intolerancia, carencia absoluta de solidaridad e incluso de compasión.

Por fortuna para todos, muchas personas se han dado cuenta ya de que ese no es el camino porque así no se construye, no se unen fuerzas para salir adelante en momentos de crisis y no se vive mejor rodeado de enemigos y cargados de razones para avivar disputas.

Debe ser un sentimiento de ánimo común el que mueva definitivamente a la clase política a valorar mucho más el acuerdo que el frentismo, el diálogo que la crispación y la capacidad de crear, mucho más que la idea de destrucción permanente. 

Más paz y menos guerra porque en la paz se construye y en la guerra todos perdemos.

elObservadorDCLM