La pereza

El aburrimiento y la curiosidad parecen ser buenos motivos para no dejar la mente inactiva. A no ser que uno se aburra de perder el tiempo con simplezas, pierda la curiosidad y decida dedicarse a meditar en la nada contemplativa que en ocasiones resulta mucho más productiva. El cerebro humano gasta el 20 por ciento de la energía total del cuerpo, lo usemos o no. Concentrarse sin tema también gasta pero relaja. Puede hablarse de cerebros ahuecados para apuntar a quienes carecen de fundamento real para asirse a sus propios principios bien por no atesorarlos, por falta de referentes morales o históricos, bien por resultar fácilmente atrapados por el anzuelo de sus emociones más primarias: ¡Empujad todos para allá!, y empujan, cada vez con más fuerza y con menos cerebro.

Esta acepción de vacuidad es muy distinta a la utilizada en la práctica meditativa donde se intenta paralizar el exceso de ruido con la idea de no agregar ni quitar nada de lo que bulle y perturba en una olla excesivamente voraz, y caliente. 

La pereza es una tentación ante cierto espectáculo político de permanente negación del otro y algarada constante para derribarlo y sentarse en su sillón, una estrategia que ya intenta dominar nuestra vida diaria. Es tan evidente que sume en el aburrimiento mientras hace dormitar la curiosidad ante tanta banalidad ilusoria y suflé de bechamel cujado de banderas.

Cierto tipo de pereza puede hacernos caer en la tentación de dejar pasar las manipulaciones mentales como el río que fluye sin realizar esfuerzo didáctico alguno por desmontar sus bulos, sus falsas verdades, su valoración positiva y planificada de la violencia, su capacidad de echar leña al fuego cuando arde, apuntando siempre a los mismos culpables, incapaces de apagarlo.

Hablar así de Vox y de sus movimientos sociales también recuerda a las escuelas budistas que, en un sentido radicalmente distinto, se refieren a los vacíos de naturaleza esencial, en el caso de Vox plagados de manipulaciones ajenas a la moralidad humana, pegados como moscas en telas de araña donde la nada no es el todo espiritual sino más bien la vulgaridad de un yo primitivo lleno de burdas perturbaciones, salvador y pescador de almas en medio de grandes crisis reales o inventadas con la intención de polarizar a la sociedad en favor de sus líderes y, por tanto, de sus únicos y verdaderos intereses. Nunca buscan soluciones a los problemas sino más problemas sin solución en los momentos más complicados.

Esta vacuidad moral ultra, populista y autoritaria, travestida de múltiples disfraces nacionalistas, tradicionalistas, antieuropeos, xenófobos, supremacistas, machistas, hombres de verdad frente a los vientres de la nación, debe ser desnudada y enterrada en el mar antes de que siga contagiando espíritus perezosos con sus atentados contra la paz, la solidaridad, la tolerancia, la construcción de una sociedad más justa y multicultural, la cohesión social, la democracia y nuestras instituciones.

Ni el aburrimiento de sus tácticas, sus algaradas, ni la pereza de su vulgaridad populista debe hacernos bajar la guardia, mucho menos si recordamos el ascenso de los fascismos y el nazismo, el ultranacionalismo racista y la fuerza bruta, los desfiles, el poder, la ocupación, las guerras, es decir las razones de Putin para invadir Ucrania.

Los ultras de hoy carecen de una ideología clara y única, inciden en un populismo que trata de ganar simpatías de la población alentando crisis y ofreciendo recetas imposibles, algo muy común entre quienes no tienen la responsabilidad de gobernar. No se puede imaginar lo que sería ponerse en sus manos aunque el Partido Popular ya les ha abierto la puerta de par en par.

elObservadorDCLM