DCLM.ES · OPINIONES · Julio Martínez
Art. 22.5 de la Constitución española de 1978: “Se prohíben las asociaciones secretas y las de carácter paramilitar”.
La Carta Magna española de 1978 no permite la existencia de las sociedades secretas. Por ello, toda persona que quiera constituir un sindicato, un partido político u otra asociación de cualquier tipo, debe darla de alta en los registros pertinentes. Éste es, por ejemplo, el caso de las sedes masónicas, que han de estar inscritas como agrupación cultural, como ocurre con la Gran Logia de España, que se constituye como el organismo fraterno más grande de los que existen en nuestro país.
Entonces, si es una organización pública, ¿por qué hay esa leyenda negra en torno a la Masonería? Para responder a esta pregunta hay que remontarse al siglo XVIII, momento en el que la mayoría de la historiografía acepta que apareció la Fraternidad tal y como se conoce hoy en día. Fue un 24 de junio de 1717 cuando se fundó la Gran Logia de Londres y se dejaron atrás las sedes operativas y su sociología gremial propia del Medioevo. Se dio paso a las agrupaciones especulativas, que son las que existen actualmente y que se comportan como “sociedades de ideas”, según José Luis Trueba Lara.
Precisamente, en estas nuevas entidades se comenzaron a reunir las élites del momento. El cambio entre operatividad y especulación se produjo gracias a los sectores que, hasta ese momento, habían financiado a los gremios medievales de catedrales, origen hipotético de la Masonería. Los mismos exigieron su entrada en la Orden. Y los iniciados permitieron la presencia en sus reuniones a burgueses o aristócratas. Así, “la Cofradía comenzó a perder su cualidad gremial, para convertirse en un espacio abierto a la discusión de nuevas ideas, y donde confluían individuos de distintos orígenes y oficios”, explican los especialistas.
Y EN ESTO, LLEGÓ EL SECRETO...
Sin embargo, aún se conservaron algunos elementos propios de la tradición, como el secreto. El mismo hay que enmarcarlo en la estructura corporativa de la sociedad medieval, supuesto inicio histórico de la Hermandad. Los gremios eran organizaciones cerradas, que –a través de la discreción– se aseguraban que la pervivencia que las técnicas del oficio se mantuvieran en sus manos.
Empero, “la Masonería [especulativa] no funcionaba como una sociedad secreta, sino –más bien– como una sociedad con secretos. Sin embargo, dependiendo del espacio donde se estableció y de las condiciones políticas de su arribo, sobre todo climas de prohibición o persecución, ésta podía trabajar perfectamente en la clandestinidad”, indica Felipe Santiago del Solar en una de sus investigaciones. “Aun así, y es importante recalcarlo, la Organización se caracterizó –más bien– por un constante anhelo de reconocimiento oficial como una institución de utilidad pública”.
A pesar de ello, la hipotética secrecía de las logias se constituyó como una de las principales razones para perseguir al mencionado movimiento. Y, en esto, la Iglesia Católica jugó un papel fundamental. Desde muy pronto, el Vaticano publicó documentos al respecto. El primero de ellos apareció el 24 de abril de 1738. Fue la Carta Apostólica In Eminenti, impulsada por el papa Clemente XII, donde ya se censuraba a las agrupaciones masónicas. Desde esta fecha se ha venido produciendo una auténtica caza y captura del masón.
El profesor emérito de la Universidad de Zaragoza José Antonio Ferrer Benimeli asegura que las del siglo XVIII “fueron condenas que justificaban la prohibición e ilegalidad de las reuniones de masones en el secreto con el que se rodeaban los miembros de la Hermandad, en el juramento que hacían y en el Derecho Romano en vigor como sospechosos de ir en contra de la tranquilidad pública. Es cierto que el Papa, en cuanto jefe de la Iglesia Católica, añadía –además– la idea de ser sospechosos de herejía –al reunirse juntos católicos y no católicos–, hecho condenado entonces con la pena de excomunión. Sin embargo, la presencia de católicos, e incluso eclesiásticos, entre los masones era mayoritaria”.
Con el paso de las décadas, la criminalización eclesial de la Fraternidad continuó, aunque los argumentos fueron cambiando. Durante el siglo XIX ya no se perseguían las reuniones de masones como tal, sino la Fraternidad como entidad vinculada con el liberalismo político y el naturalismo filosófico. “En las más de 2.000 condenas que tuvieron lugar durante los pontificados de Pío IX y León XIII, el leitmotiv de todas ellas fue que la Masonería maquinaba contra la Iglesia y los poderes civiles legítimamente establecidos”, explica Ferrer Benimeli. En definitiva, las logias eran enemigas del trono y del altar.
Ésta fue una argumentación que se mantuvo hasta la aprobación del Vaticano II. Dicho Concilio produjo un acercamiento entre el estamento eclesial y la Hermandad. De hecho, se reconoció que la realidad masónica no maquinaba contra lo religioso. Un avance que se dio al unísono en el gobierno pontifical y en la Congregación para la Doctrina de la Fe, antigua Inquisición, por lo que se atenuó la persecución en contra la Cofradía.
Sin embargo, el mencionado entendimiento duró poco. Con motivo de la preparación del nuevo Código de Derecho Canónico de 1983, los sectores católicos más fundamentalistas salieron a la palestra, con pretensiones de que la Orden siguiera estando condenada. No consiguieron su objetivo, puesto que en el nuevo documento legal no aparecieron referencias a los masones. A pesar de ello, el imaginario negativo sobre las logias ha continuado presente en parte de la Iglesia, correspondiente con los sectores más ortodoxos de la misma.
UNA PERSECUCIÓN QUE TAMBIÉN HA SIDO POLÍTICA
Todo este corpus ideológico generado por ciertos ámbitos clericales también influyó en la persecución que –desde diferentes sistemas políticos– han realizado de la Orden. Un ejemplo fue la represión practicada por gran parte de los gobiernos y reinos de Europa del siglo XVIII. De hecho, las logias fueron prohibidas a lo largo de esta centuria por los Estados Generales de Holanda, el Consejo de la República y el Cantón de Ginebra, por Luis XV de Francia, por el rey Federico I de Suecia, por la emperatriz María Teresa de Austria, por el gran sultán de Constantinopla, por el emperador ruso Pablo I o por Guillermo III de Prusia, entre otros muchos, enumera José Antonio Ferrer Benimeli.
En este aspecto, España ha sido un claro reflejo del mencionado acoso. Varios de sus gobernantes, como Carlos III, Fernando VII o el general Franco, han censurado a la Orden, intentando que las logias desaparecieran del territorio hispano. Incluso las Cortes de Cádiz, a través del Consejo de Regencia, proscribieron la existencia de la Fraternidad. Se hizo mediante la Real Cédula de 19 de enero de 1812.
El dictador Franco fue el más implicado en dicho hostigamiento. Dentro de su obsesión contra la Fraternidad, aportó «argumentaciones» cuestionables. Entre ellas, acusó a la Hermandad de ser la causante de la decadencia histórica y de la degeneración de España. E, incluso, se culpó a las logias de alzarse como las responsables de la postergación militar del ferrolano durante la Segunda República.
Además, Franco atribuía a la Hermandad el diseño de una “supuesta conspiración masónica en contra de su régimen”, indica Ferrer Benimeli. Debido a esta forma de pensar, basada en la idea del «contubernio judeomasónico», el Franquismo estructuró un amplio sistema coercitivo contra la mencionada organización. El mismo se fundamentó, entre otras herramientas, en la Ley de 1 de marzo de 1940 sobre Represión de la Masonería y el Comunismo y en el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo.
Todo ello, además, con un amplio aparato ideológico que acabó calando entre la población. Una propaganda que se dirigía en contra de todos los grupos que pudieran identificarse con la oposición, pero que muy especialmente pretendió acabar con republicanos, comunistas y masones. Tres sectores que, en definitiva, se convirtieron en los chivos expiatorios de la dictadura, y cuya mala prensa acabó permaneciendo en el ideario de muchos españoles. Por eso, no es extraño que los padres de la Constitución de 1978, imbuidos por el miedo a un supuesto secretismo y querencias conspirativas de las logias, quisieran limitar el derecho de asociación únicamente a las organizaciones públicas (artículo 22.5).
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UNA PROPUESTA DE DEFINICIÓN Pero, a pesar de todo, muchos lectores se preguntarán qué es exactamente la Masonería. Durante los últimos años, las conceptualizaciones más completas sobre dicha realidad han venido de la mano de la historiográfica académica, que ha proporcionado diferentes acercamientos a la entidad. Una de las más acertadas es la realizada por José Antonio Ferrer Benimeli, quien asegura que la Hermandad es “una escuela de formación humana que, abandonadas las enseñanzas técnicas de la construcción, se transforma en una asociación cosmopolita que acoge en su seno a hombres de diferente lengua, cultura, religión, raza e incluso convicciones políticas, pero que coinciden en el deseo común de perfeccionarse por medio de una simbología de naturaleza mística o racional, y de prestar ayuda a los demás a través de la filantropía y la educación”. Los supuestos orígenes de la Organización estarían enraizados en los gremios medievales de constructores de catedrales. Era lo que se conocía como «logias especulativas». Sin embargo, el 24 de junio de 1717, debido a los cambios habidos en el seno de la Hermandad, hubo una transformación muy importante. Se pasó a una nueva etapa protagonizada por la especulación y el abandono de los conocimientos técnicos de la edificación. Por tanto, la Organización se constituyó como una sociedad de ideas o “escuela de formación humana”. Es la fórmula que se conserva en la actualidad, y que apareció tras la entrada en su seno de aquellos grupos sociales que financiaban a la entidad (burgueses o aristócratas). Por tanto, las logias no son tan malas como nos han contado dictaduras y sacerdotes... |
Para más información, puede consultar los libros «La Masonería en la prensa mexicana a finales del siglo XIX» y «La Masonería en Guadalajara».
BILIOGRAFÍA
FERRER, J.A. (2005). La Masonería. Madrid: Alianza Editorial.
FERRER, J.A. (2010). La Masonería como problema político–religioso. Reflexiones históricas. Tlaxcala: Fideicomiso Colegio de Historia de Tlaxcala; Comisión Estatal de las Conmemoraciones, 2010 Tlaxcala; Universidad Autónoma de Tlaxcala; Embajada de España, Consulado de España en Tlaxcala; Gobierno del Estado de Tlaxcala.
FERRER, J.A. (1987), Masonería española contemporánea. Desde 1868 hasta nuestros días, Madrid: Siglo Veintiuno.
SOLAR, F.P. (2011). “Secreto y sociedades secretas en la crisis del Antiguo Régimen. Reflexiones para una historia interconectada con el mundo hispánico”, REHMLAC: Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña, 3, 2, pp.: 132 – 152.
TRUEBA, J.L. (2007). Masones en México: Historia del poder oculto. México DF: Grijalbo.
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P.Moratilla
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