DCLM.ES · OPINIONES · Fernando Mora
07.12.2016
Reformar la Constitución ¿Para qué?
Por Fernando Mora
La política ha devenido, tras la crisis económico-financiera de 2008, en una suerte de fenómeno inestable en consonancia con la realidad en que vivimos. Tras ocho largos años, lo que ya viene en llamarse la Gran Recesión, ha generado un alto grado de inestabilidad general en las sociedades occidentales, propiciando la aparición de una nueva clase social, el precariado -ciudadanos a los que se sitúa al borde la marginalidad-. Esas sociedades creían vivir en un mundo sólido de absoluta certidumbre, en el que las perturbaciones eran lejanas o ajenas, pero hoy sabemos que eso no es así.
El Estado del Bienestar que llegó tardíamente a España, y lo hizo a partir de la Constitución de 1978, sufre la debilidad que genera la propia incertidumbre del sistema económico-financiero, pero lo que es más grave, de la propia inestabilidad incoherencia y contradicciones en que ha entrado el sistema político-institucional.
Todo está en cuestión, y es preciso dar respuestas para encauzar un nuevo orden político-constitucional que suponga una regeneración de la vida pública, la construcción de una nueva ética social, del trabajo y la responsabilidad, y de un modelo económico desde principios de estabilidad, diversidad, coherencia, cohesión, equilibrio e igualdad en derechos y obligaciones. Pero es preciso dar una respuesta también a uno de los elementos más cuestionados y desestabilizadores de la convivencia : el modelo de integración territorial.
Hay quien piensa que es mejor dejar pasar la crisis para que las aguas vuelvan a su cauce, que todo volverá a ser igual, y que el tiempo todo lo cura. Pero no es cierto, porque crisis es la consecuencia de algo que se rompe y cuya solución no pasa por pegar sino por reconstruir o hacer nuevo. Se dice que cualquier crisis es una oportunidad de cambio, y son las crisis las que paradójicamente han movido el mundo y la historia. Ante ellas se puede reaccionar tratando de retener, de conservar o por el contrario aprovechar las sinergías que generan para replantear cuantas cosas se han puesto en duda, innovar y renacer. Es preciso más LUZ, la del trabajo intelectual tan desgraciadamente ajeno a nuestra realidad, para que la razón, el acuerdo, el consenso y el sentido común, propicien el cambio necesario.
En el orden del modelo de integración territorial deberíamos comprender que en un mundo global estamos llamados a entendernos. El sentimentalismo, concepto del que se abusa para distraer la atención sobre otras cuestiones, no es ni práctico ni pragmático. En sociedades modernas abundar en sentimientos nacionalistas es hacerlo en el reduccionismo, el empobrecimiento intelectual y personal, alimentar la confrontación y dividir a la sociedad. El populismo y el nacionalismo encuentran lugar apto para la siembra en tiempos convulsos. Estamos en la era del Brexit, de Donald Trump, de Lepen como respuesta populista, nacionalista y reaccionaria. Estos tres elementos son una mezcla que pudiera resultar explosiva. La experiencia de otros tiempos nos indican que es preciso construir modelos sociales estables y cohesionados y sino hay estabilidad social tampoco la habrá ni económica ni política, y nada irá bien.
Los nuevos tiempos requieren dar seguridad al ciudadano. Seguridad en el sentido amplio de la palabra: en el empleo, la vivienda, el sistema de pensiones, la educación, la sanidad, la protección del medio ambiente y la naturaleza, en un sistema judicial rápido y verdaderamente justo, y en un modelo de comunicación veraz y libre. Nuestra sociedad debiera ser intolerante con la pobreza y la miseria. Es inasumible moral, social y políticamente que el cuarto mundo exista en medio de una sociedad aparentemente opulenta. Seguridad en las vidas es lo que requiere el ciudadano del siglo XXI, seguridad que hace posible las libertades y el funcionamiento democrático, y viceversa, y que solo es factible si superamos los egoísmos y la desigualdad, y apostamos por políticas de derechos, solidaridad y de cohesión social. Si el equilibrio funciona adecuadamente, el hombre feliz tiene garantizada la existencia que quiere. Y ese es el trabajo que los ciudadanos esperan de los políticos en una sociedad avanzada.
Son estos ingredientes los que deben inspirar la reforma constitucional que España precisa, sabedores todos que el mundo que nos rodeo lo condiciona tanto todo que es preciso tejer soluciones globales para problemas locales. Dar soluciones al desarrollo de los países pobres, a los conflictos, a las guerras, las migraciones y los refugiados. España, inserta plenamente en Europa y el mundo, ha de ser punta de lanza en el reforzamiento de la Unión Europea, y esta en la cooperación para dar respuesta a los conflictos internacionales.
La Constitución de 1978 ha sido muy útil a todos, incluso para quienes la rechazan. Su reforma es hoy imprescindible, pero nadie tiene que volverse loco a la hora de plantearla. Hemos de ser conscientes de que no hay que reformarlo todo, que nada se hará sin consenso, y nada se moverá si no hay voluntad de todas las partes, por tanto cualquier reforma implicará sentido común, negociación y voluntad de acuerdo. La mayoría de dos tercios de los parlamentarios que se necesita para sacarla adelante es la mejor garantía para que el texto que salga será el que España y los españoles, en su conjunto, necesitan.
Fernando Mora Rodríguez,Politólogo.
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