Las uvas de la ira

Recientemente he vuelto a ver ‘Las uvas de la ira’, en las que el maestro Ford lleva al cine la maravillosa novela de Steinbeck, que narraba la vida de una familia norteamericana que huye de la pobreza en busca del dorado prometido en la soleada California. Una apabullante oda a la dignidad de los millones de desamparados que durante la Gran Depresión se pusieron en carretera rumbo a un incierto porvenir.

Ha pasado un siglo desde que la ambición desmedida, consustancial al capitalismo, se llevara por delante el presente y el futuro de millones de familias, y visionando la película recordé que en nuestro país aún no hemos salido de la crisis de las hipotecas basura (subprime), ideada por la banca estadounidense y que las derechas españolas adjudicaron torticeramente a Zapatero, que ha vuelto a colmar la ambición de los de siempre, los banqueros, al tiempo que arruinaba a miles de compatriotas.

Ellos, directamente o enmascarados en fondos de inversión, fueron los grandes ganadores de la gran depresión y lo han vuelto a ser de la crisis de las subprime. En ambos casos se han hecho con las propiedades de millones de familias y pequeñas empresas y en España, en particular, se han apropiado además de un valioso parque inmobiliario público, que los ha convertido en los mayores caseros, y del control y gestión de rentables servicios públicos.

Las grandes crisis son el ambiente apropiado en el que se desarrolla el fascismo. Entonces, como ahora, el capitalismo se aprovecha de esta ideología para expandir soluciones simples a situaciones extraordinariamente complejas y sembrar la confusión y la división entre las capas populares. A veces, voluntaria o involuntariamente, cuentan con voces señaladas que confunden el concepto de país y ponen por delante lo abstracto (símbolos) de lo concreto (la ciudadanía).

Su estrategia pasa por enfrentar entre sí a los humildes disputándose las condiciones de miseria que impone el capitalismo, que incrementa sus beneficios al tiempo que consigue gestionar actividades y servicios que siempre han sido de naturaleza pública. Y no, no es un hecho aislado que un grupo nazi ocupe la sede del PSOE o que se haga apología del fascismo y del odio sin que la fiscalía actúe con parecida diligencia a la que emplea para perseguir a las disidencias del neoliberalismo. Todo forma parte de la estrategia ultra para que nuestra sociedad retroceda siglos y tenga que volver a luchar por derechos ahora consolidados.

El nuevo Gobierno de Coalición es una gran oportunidad para dar una respuesta progresista al ultraconservadurismo imperante. Para ello deben articular instrumentos que cohesionen su gestión frente a los ataques y tener claras sus prioridades, que deben pasar por recuperar a quienes la crisis subprime dejó abandonados a su suerte y que ahora son fáciles presas de las proclamas fascistas (Renta Básica), por blindar los servicios públicos y recuperar la gestión pública de los privatizados, por blindar los actuales derechos y libertades y extenderlos a las nuevas demandas (Identidad de Género, Eutanasia), por garantizar poder adquisitivo a salarios y pensiones, por democratizar el poder judicial para que no suplante las competencias del ejecutivo y del legislativo, por encajar las distintas naciones y sensibilidades territoriales en el Estado plurinacional que siempre fue España, por emprender el camino de la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático a través de la economía verde, por derogar las leyes lesivas de la década Rajoy y por feminizar la sociedad en todos sus ámbitos.

La oportunidad es única y no se volverá a repetir. Si este Gobierno de Coalición fracasa las ultraderechas habrán ganado para varias décadas. Bien harían, por tanto, en conjurarse en acertar y tener claro el objetivo de que la legislatura se extienda el mayor tiempo posible. Si consiguen llegar hasta el final de la misma habrán sentado las bases de una nueva victoria electoral progresista al tiempo que las ultraderechas perderán buena parte del espacio electoral que las izquierdas les han regalado con sus errores y sus divisiones.

M. Félix de San Andrés