Las torres de callaos y las avispas asesinas

Un día a uno se le ocurre en Tenerife poner dos piedras encima de otra, hacer unos montoncitos; llega otro y decide que ha sido una buena idea y que él también es capaz de hacerlo, tres cuatro, cinco, ocho piedras. Y crea su montoncito de callaos y parece ser feliz con su aportación al mundo de la escultura. Llegan otros muchos, cientos, miles de personas y cada uno deja su obra de arte. De pronto, el paisaje se ha alterado y la broma se convierte en una cuestión de gabinete. Intervienen los expertos. Biólogos y naturistas aseguran que la manía de Vicente perjudica a la flora, a la fauna, distorsiona el paisaje de las Islas Canarias, daña a las aguas superficiales y a la evaporación. Pero los amontonadores se hacen famosos por las redes sociales y todos quieren dejar ahora su legado a la humanidad. 

¿Vivimos en un mundo que ha perdido definitivamente la razón, donde una influencer vende en botellitas el agua donde se ha remojado en la bañera de su casa? Y se las compran.

No son solo los políticos, parece. 

Ahora llegan en barcos chinos las avispas asesinas, enormes, con nombre científico de Vespa (velutina) y otras peores, mucho más destructivas para las colmenas de nuestras avispitas de toda la vida que a nosotros nos parecían ya bastante peligrosas. Estas son las llamadas avispas mandarinas con pasaporte de Japón: matan a nuestras avispas autóctonas y se comen sus larvas y su miel para nutrir a su prole. El asiático es el avispón más grande del mundo ya que los adultos pueden medir hasta 5 centímetros de largo. 

Bueno. No deben ser tan malas si los chinos y los japoneses han sobrevivido en abundancia. O a lo mejor por eso se han venido a España para montar sus tiendas de todo a un euro. Y sus fruterías.

elObservadorDCLM