Valverde de los Arroyos y las Danzas de la Octava del Corpus

Ocho días tendrán que esperar en Valverde de los Arroyos, tras el corpus, para celebrar sus Danzas de la Octava del Corpus. Siempre en domingo. Una tradición ancestral que se ubica entre el siglo XVI y el XVII, y que algunos relacionan con la repoblación de las tierras de Guadalajara tras la Reconquista, donde vinieron a parar gentes de otros lugares, como cántabros o vascos. Razón no les falta, dada la similitud de la música y las danzas con las de aquellas tierras. Todo un ritual que se relaciona con el agradecimiento y la petición de fecundidad para sus tierras.

El colorido de los ropajes aporta una belleza indescriptible a los curiosos de una fiesta declarada de Interés turístico nacional. Los danzantes llevan un pantalón blanco con bordados y puntillas y algo a lo que llaman "sayolín", una especie de falda hasta las rodillas, cubierta igualmente de bordados. Sobre ella un pañuelo negro decorado con mucho color. Pañuelos largos anudados al cuello, de diferentes colores, cintas, adornos y pasamanería completan junto con las alpargatas de los danzantes que en su cabeza colocan un canastillo con flores y espejuelos.

A ellos les está permitido realizar las danzas ante las figuras sagradas, sin despojarse de este sombrero, gracias a una bula papal fechada en 1.606.

Como director del grupo está la botarga, que en este lugar no tiene la función de asustar a los niños, sino que con su traje de chaqueta de colores chillones y una gorra hecha con triángulos de diferentes colores y telas, rematada en una borla, canaliza los movimientos de los danzantes. Utiliza los palillos casi como director de los movimientos, sujetando al tiempo el mástil sobre el que trenzan con su danza las cintas de colores. Aquí la botarga tiene nombre: "El Zorra".

Los danzantes van desgranando una a una sus danzas, el Verde, el Cordón, los Molinos,  la Serrucha y la más importante la de la Cruz. Danzas de paloteo y cintas, mientras se almonedan las roscas de anís, escuchando al Pitero, que no se sabe bien si es gaitero o tamborilero, con un instrumento similar a una flauta, hecho con el cañón de una antigua escopeta.

La fiesta previa es el día antes, donde la ronda de danzantes hace de las suyas por la tarde y la ronda de los mozos interpreta en cantar de la octava con sus propios instrumentos de cuerda por la noche.

La fiesta termina con este Cantar que en su letra dice: Adiós concha de la mar. Adiós perla aquí encerrada. Adiós rosa de San Juan... hasta el día de la Octava. 

Un precioso lugar con arquitectura negra, donde prevalece la pizarra, dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara, que incluye en su término municipal el Pico del Ocejón con 1.255 metros, donde las chorreras de Despeñalagua pueden dejar sin palabras a quien contemple la magnitud de una cascada ininterrumpida de agua, con una caída de más de 100 metros de altura, para dejar volar los sentidos con tacto, sonidos, visiones, sabores y aromas.

P. Moratilla