La política honesta

La mala vida política está llena de laberintos, de malabarismos que se han ido sofisticando con el tiempo y con el objetivo único de seguir convenciendo a una mayoría de que unos son mejor que otros. Pero ha sucedido igual que con los niños: cuando son muy pequeños es fácil convencerlos para que se coman el puré de verduras pero cada vez es más complicado porque los niños van conociendo ya todos los trucos y cada vez resulta más difícil inventar un nuevo engaño. Eso ha pasado con los ciudadanos según avanza nuestra democracia: ya nos han dormido con casi todos los cuentos.

La mala política no está basada en el arte de lo posible sino en el arte del engaño. La mala política utiliza todas las armas, hasta las más rastreras para intentar vender titulares que arrasen al contrario. Jamás colaboran para que las cosas mejoren, jamás unen esfuerzos con otras fuerzas políticas, hacen todo lo contrario: intentan que las cosas vayan lo peor posible, disfrutan de todos los males que se producen ya sean accidentes o incendios. Crean alarma social utilizando, inflamando desgracias, disfrutan con cada hectárea más de incendio que devora nuestra tierra y luego culpan a quien les parece pertinente para sus intereses personales. Se frotan las manos cada vez que una desgracia asola nuestra tierra.

En la mala política aparece siempre el sello dactilar de la hipocresía porque asegura que defiende a los ciudadanos pero siempre intenta utilizarlos, manipularlos en su ciega guerra de tronos, quítate tu para ponerme yo.

Frente a esa deleznable política está la política honesta, la de quienes simplemente trabajan lo más posible para mejorar realmente la vida de los ciudadanos, casi sin pensar en el premio.

Y los ciudadanos, que ya hemos comido mucho puré con el truco del avioncito, cada vez somos menos ingenuos. Sabemos quién trabaja y realmente premiamos a los más honestos, a los menos corruptos, los menos mentirosos, los menos zafios.

elObservadorDCLM