TERESA SUÁREZ.- Un país de gordos

Ya va para dos años que, alarmada por un elevado aumento de peso en poco tiempo, acudí a consulta de Atención Primaria. Cuando expuse mi preocupación porque dicho aumento estuviera relacionado con algún tipo de enfermedad, mi médico de cabecera (en alguna ocasión ya he hablado sobre él), en uno de sus característicos alardes de franqueza, mala hostia y sutileza, me mostró un imán que tenía pegado en la pared (esperando la ocasión propicia supongo) donde un simpático cerdito aseguraba: “No retengo líquidos, retengo alimentos”. ¡A tomar por saco!

Sobra decir que salí de la consulta sintiéndome como Bola de Sebo, la protagonista del cuento del mismo título de Guy de Maupassant, una mujer “famosa por su abultamiento prematuro (...) de menos que mediana estatura, mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las falanges, como rosarios de salchichas gordas y enanas”.

De regreso a casa, mientras me miraba de reojo en los escaparates, me vino a la cabeza La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, y me pregunté si sería que mis hábitos alimenticios se asemejaban a los de Ignatius Reilly, otro adiposo personaje (“se movía cambiando el peso del cuerpo de una cadera a otra a su modo pesado y elefantíaco, desplazando oleadas de carne que se ondulaban bajo el tweed y la franela, olas que rompían contra botones y costuras”), cuya dieta consistía en una gaseosa de sabor almendrado, buñuelos de mermelada, salchichas y palomitas de maíz.

Lastrada por mi prematuro diagnóstico de robustez, ante el reciente estudio de la Sociedad Española del Corazón que revela que en España casi el cuarenta por ciento de la población tiene sobrepeso y el veintidós por ciento obesidad, me he sentido, lo confieso, bastante aliviada y algo más ligera, por eso, aunque venga al pelo, no voy a utilizar aquello de que “las penas con pan son menos”, no sea que por el simple hecho de mencionar el harinoso alimento recupere algún kilillo de esos que tanto me ha costado desterrar de la cintura.

Según el citado estudio, las Comunidades con menos sobrepeso son el País Vasco, Cataluña y Baleares (¡fiestaaaaaaaa!). En el otro extremo, es decir las que tienen más sobrepeso, están Asturias (culpa de los cachopos, me temo), Galicia (mariscada, empanada gallega, filloas, tarta de Santiago... ¡Umm!) y Andalucía (aquí seguro que la culpa la tiene “la caló” que incita a moverse poco para retrasar el temido momento de romper a sudar sin mesura).

Las restantes regiones, la nuestra incluida, se reparten por el centro de la mantecosa escala, lo cual no quiere decir que en Castilla-La Mancha, cuna de Sancho Panza, el gordo más famoso de la literatura universal a quien Cervantes describió como “de barriga grande, el talle corto y las zancas largas”, no haya ciudadanas y ciudadanos (el estudio refleja que los hombres sufren más sobrepeso que las mujeres) entrados en carnes y de corpulenta humanidad.

Como se acerca el veranito y todos queremos lucir bien (principalmente las mujeres por la enorme presión social que nos exige tener un cuerpo perfecto), en vez de dietas milagros cuyo efecto yoyó nos hará arrepentirnos una y otra vez, hagamos caso a la Sociedad Española del Corazón que, además de la practica de treinta minutos de actividad física diaria moderada (pasear, subir escaleras, etc.), nos recomienda seguir una alimentación saludable:

• Dos o más raciones al día de verduras y hortalizas.

• Una o dos piezas de fruta en cada comida principal.

• Una o dos raciones (10 ml) de aceite de oliva virgen en cada comida.

• Una o dos raciones, por cada comida, de pan (40-60 g), arroz (60-80 g), pasta y otros cereales (preferiblemente integrales).

• Dos o más raciones de legumbres a la semana.

• Dos raciones de lácteos al día (preferiblemente desnatados o bajos en grasa).

• Dos o más raciones a la semana de pescado blanco/azul.

• Evitar al máximo el consumo de carnes rojas (menos de dos raciones a la semana) e intentar sustituirlo por carnes blancas que tienen menos grasa.

• Evitar los dulces y la bollería industrial.

Para dejar de ser fofisanos, eufemístico término acuñado para referirse a los orondos de hoy en día, más nos vale escuchar a los expertos.

Si no se ven capaces, hagan como el cineasta y escritor Edgar Neville (a quien su amigo Luis Escobar definió como “un finísimo ingenio alojado en una caja desmedida”) que, como prueba de que se tomaba a broma su gordura, dejó escrito para la posteridad el chusco epitafio que decora su tumba: “Aquí yace Edgar Neville, que al final se quedó en los huesos”.

Teresa Suárez