El ocaso de los nacionalismos: cuando el director pasa a ser el payaso del circo

La insolidaridad, la violencia y el ridículo. Con el paso del tiempo vamos descubriendo las consecuencias del nacionalismo exacerbado, un invento que oculta una forma de perpetuarse en el poder por parte de sus dirigentes utilizando a los ciudadanos de un territorio con muchas dosis de ombliguismo y de victimismo. Del no nos quieren o no nos respetan, al somos los mejores y el supuesto supremacismo de una raza, a la reivindicación de derechos que otros no merecen porque son inferiores.

Esa es la primera fase de los nacionalismos: somos superiores y merecemos un trato superior. La defensa de esos intereses es la principal fuente de votos de los elegidos hacia sus dirigentes, pero en el camino van surgiendo algunos problemas.

El primero es que la defensa de un territorio o de unos valores genéticos debe mantenerse elevando el nivel de enfrentamiento con el llamado estado centralista. En el teatro, el clima se caldea y surge la violencia real, aparecen grupos armados o enfrentamientos en las calles. En ese momento, los dirigentes que siguen buscando votos, no son conscientes de su maléfico invento.

En España lo hemos vivido en el País Vasco y en Cataluña. Otras regiones han hecho copias más suaves de reivindicaciones territoriales para obtener beneficios, para que sus dirigentes puedan presumir de ellos y reclamar apoyos.

Otra fase del nacionalismo aparece cuando los votos de un partido de un territorio son vitales para la investidura de un presidente del Estado. Hay que obtener entonces toda la rentabilidad a esos apoyos. Tanto el Partido Popular, en particular con Aznar y sus pactos del Majestic, como el PSOE en varias ocasiones como en el actual acuerdo de financiación particular también en Cataluña se han visto obligados a ceder en acuerdos que favorecen a ambos: el partido “centralista” gobierna y los líderes nacionalistas pueden presumir de sus logros hacia sus territorios para que sus ciudadanos les sigan apoyando.

Cuando un pueblo es capaz de darse cuenta de que le están utilizando y se niega a echar más leña al fuego de la violencia para mayor gloria de sus dirigentes, se abren dos posibilidades. Se rebaja el tono, se retoma la sensatez o algunos como Puigdemont entran en un deterioro personal y político hasta llegar al más completo de los ridículos. Sus cartas se han descubierto y director ha pasado a ser el payaso del circo.

elObservatorioDCLM