¿Para qué sirve la política, a quién sirven los políticos?

La política debería estar al servicio de los ciudadanos. Su finalidad no debería ser otra que la distribución de los recursos públicos y, en un amplio sentido, tratar de mejorar la vida, la economía del país y procurar el bienestar y la felicidad de sus habitantes.

En los últimos tiempos asistimos a la teatral puesta en escena de una política que se basa mucho más en la promoción personal de sus protagonistas, el interés particular de los partidos y la destrucción del contrario para alcanzar el poder a toda costa.

En los últimos años y en particular los partidos de la oposición dedican todos sus esfuerzos en tratar de convencer a los ciudadanos de que deben votar a su partido político o a su líder, no por demostrar que realizan el trabajo más eficiente en el servicio del bien común sino por su capacidad de destruir cada día la imagen del que consideran su adversario. No debería ser así porque esa lucha permanente en contra del otro invalida la posibilidad de realizar un trabajo conjunto, de unir esfuerzos, de sumar inteligencias en favor de la comunidad a la que se supone representan. 

Tal es la evidencia de que la mayoría de los partidos políticos y de sus líderes trabajan para reforzar su imagen y hundir la del contrario que podríamos conformarnos en estos momentos con que la mitad de sus esfuerzos su pusieran en los ciudadanos y la otra mitad en su propio interés. Pero no es así y no parece que vaya a serlo de momento. 

En este interés desmesurado por la promoción particular y la destrucción del oponente, existen muchos intereses, entre ellos egos personales y la necesidad de alcanzar el poder a toda costa para utilizarlo en beneficio personal o de los grupos y familias que apuestan por ellos. 

En esa obsesión por alcanzar el poder, la oposición en España acapara medios de comunicación, utiliza en su servicio las instituciones donde tiene mayoría y se niega a renovar el Consejo General del Poder Judicial. Llega a parecer una dictadura en el seno de una democracia. Al tiempo, muchos de sus líderes dan lecciones de moralidad mientras se demuestra o se sospecha que actúan de la manera más inmoral en casos de corrupción sobre los que echan tierra de forma magistral. No da la sensación de que trabajan para la mayoría sino para un grupo de poderosos que quieren aumentar sus beneficios.

A nivel internacional no están mejor las cosas. Hay políticos como Putin o Netanyahu que llevan al extremo esa promoción personal y económica hasta extremos inhumanos incalificables y no dudan en mantener guerras en las que mueren miles de personas, miles de niños, todos los ellos inocentes.

elObservadorDCLM