
DCLM.ES · Castilla-La Mancha · Atrapados en la Red
Sarayut Sridee / Shutterstock
Los plásticos forman parte de nuestro día a día gracias a su gran durabilidad y bajo coste. Pero, a pesar de las ventajas que nos ofrecen, su uso habitual ha derivado en la presencia de fragmentos plásticos de pequeño tamaño, los microplásticos, en todo tipo de ambientes, incluyendo el suelo, las aguas continentales, el mar y el aire.
Dada la ubicuidad de los microplásticos, en los últimos años ha crecido la preocupación por nuestra exposición a ellos y sus posibles efectos en la salud.
Los seres humanos estamos expuestos a microplásticos a través del consumo de alimentos, bebidas y otros productos, como la pasta de dientes, así como por la inhalación de microplásticos que flotan en el aire.
Se han encontrado microplásticos en alimentos tan frecuentes como la sal, pescados y mariscos, frutas y verduras y en bebidas como la cerveza o los refrescos.
Los microplásticos que consumimos a través de los alimentos pueden proceder del producto en sí, como los microplásticos detectados en peces con valor comercial, del envase en el que se encuentra contenido o de la deposición atmosférica de microplásticos sobre el alimento.
A partir de las concentraciones de microplásticos medidas en agua, alimentos y aire, se ha estimado que la tasa media de ingesta diaria de microplásticos de un adulto es de 883 partículas por persona, que equivale a 583 nanogramos de plástico. En el caso de que la fracción más pequeña de estos microplásticos (1−10 μm) permaneciera en el cuerpo con el tiempo, se ha calculado que una persona podría llegar a acumular 8 320 partículas a los 18 años, y 50 100 partículas a los 70 años.
Además, algunos estudios han encontrado microplásticos en heces humanas, tejidos pulmonares humanos procedentes de intervenciones quirúrgicas, muestras de sangre e incluso en la placenta. Esto parece corroborar que las personas ingerimos e inhalamos microplásticos, y que estos se pueden encontrar en diferentes partes de nuestro cuerpo.
En cuanto a si la ingestión e inhalación de microplásticos supone un riesgo para la salud, hasta ahora únicamente un estudio ha podido relacionar el consumo de microplásticos con un efecto en la salud humana. Este estudio observacional encontró una relación significativa entre la concentración de microplásticos en las heces y la enfermedad inflamatoria intestinal.
A partir de los cuestionarios realizados por los participantes, los autores de esta investigación determinaron que el origen de los microplásticos encontrados en las heces podría estar relacionado con sus hábitos alimentarios, así como con las condiciones ambientales laborales y domésticas.
Además de este trabajo, algunos ensayos in vitro, es decir, realizados fuera del organismo, han demostrado que células humanas pueden incorporar microplásticos de pequeño tamaño y que estos pueden afectarles negativamente, causando daños como el estrés oxidativo y la muerte celular.
El agua es un elemento necesario para que el cuerpo humano lleve a cabo las funciones básicas, y su consumo diario es indispensable. Por ello, es importante conocer cuánto plástico ingerimos a través del agua.
Según los resultados de muestras de agua del grifo analizadas en distintos países, esta puede contener microplásticos de diferentes polímeros (polietileno, PVC, etc.), formas (fibras, fragmentos, etc.) y tamaños. Estos microplásticos, sin embargo, se encuentran generalmente a concentraciones bajas.
En un estudio realizado en la ciudad de Barcelona, por ejemplo, detectamos bajas concentraciones de microplásticos de pequeño tamaño (0.7-20 micras) en muestras de agua del grifo recogidas en 42 puntos de la ciudad.
Antes de llegar al grifo, el agua procedente de los ríos o aguas subterráneas pasa por las plantas de tratamiento de agua potable (ETAP) con el fin de hacerla segura para el consumo humano. De esta manera, la cantidad de microplásticos que encontremos en el agua del grifo depende de la concentración que haya en el agua cruda que llega a la planta, de la capacidad de la planta para eliminarlos, del sistema de distribución del agua y de elementos domésticos, como las juntas o mangueras de los grifos.
La capacidad de las plantas de tratamiento para eliminar o reducir la concentración de microplásticos en el agua varía según la tecnología empleada. Por ejemplo, los microplásticos en el agua de entrada a una las plantas de tratamiento de agua de la cuenca del río Llobregat se eliminaron en un 93 %, siendo los sistemas de coagulación y filtración por arena los pasos más importantes para la eliminación de los microplásticos.
Además de en el agua del grifo, se han detectado microplásticos en el agua embotellada, tanto en botellas de plástico como de vidrio. El principal origen de estos microplásticos se atribuye al embalaje y a los procesos de limpieza realizados en botellas recicladas.
En la actualidad no existe ninguna regulación que establezca los niveles máximos permitidos de microplásticos en el agua de consumo.
La última directiva europea de calidad de las aguas de consumo humano determina que para 2024 se deberá establecer una metodología para analizar microplásticos con el objetivo de incluirlos en la lista de vigilancia. Esto se debe a que los métodos de análisis de microplásticos aún no se encuentran estandarizados y a que su medición resulta aún difícil y cara.
Para el año 2029, se deberá presentar un informe que evalúe la amenaza que supone la presencia de microplásticos en el agua de consumo, así como los posibles riesgos asociados para la salud.
Además de la dificultad para detectar los microplásticos, hay que tener en cuenta que son mezclas complejas de distintos polímeros con diferentes tamaños y formas, que además pueden contener aditivos químicos que les proporcionan características específicas. Algunos de estos aditivos químicos, como el bisfenol A o los ftalatos, tienen capacidad para alterar el sistema endocrino humano.
La gran diversidad de microplásticos en el medio ambiente hace que la evaluación de sus riesgos sea particularmente compleja, pero esta debe ser considerada en estudios futuros que analicen tanto la exposición a estas sustancias como sus efectos.
Paula Redondo Hasselerharm, Investigadora postdoctoral del grupo de Ecotoxicología, IMDEA AGUA
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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