Guionistas, actores o reyes de la hipocresía: un modelo que hace agua

En todos los partidos políticos e incluso en la propia vida existen actores y guionistas. Todos somos guionistas de nuestra puesta en escena, pero la cara de la autenticidad aparece en la medida que sepamos y queramos ser intérpretes de la realidad y no de una ficción retorcida e interesada que puede derivar en una crisis de identidad, cuando no en un trastorno bipolar leve o una esquizofrenia política desorganizada.

El modelo político utilizado en los últimos años por la derecha española empieza a hacer agua por todas partes. Se basa en una puesta en escena permanente que precisa de un guion premeditado, escrito y amañado para destruir al contrario y sumar adhesiones muchas veces al margen de la realidad e incluso de la sensatez. Pasado el tiempo, nos parece mucho más que ridículo y temeroso, por no decir otra cosa, que Isabel Díaz Ayuso propusiera la libertad de irse de cañas en plena pandemia de un virus mortal, o sus recientes justificaciones de la manifestación contra el deterioro de la sanidad pública con la que, en realidad, dijo, se pretendía instaurar en España una república comunista, federal y laica. Un avestruz que oculta su cabeza en su libreta de notas.

Ni siquiera los mejores actores ni los mejores guionistas de series o películas del mundo, son capaces de mantener con credibilidad puestas en escena diarias que deben ir, además, adaptándose, reinventándose, negándose a sí mismas en una tarea de trapicheo continuo con la verdad. Semejante ficción no puede resultar creíble por mucho tiempo sin que los propios protagonistas hagan el ridículo al aparecer ante las cámaras con tan escasa consistencia, pues en realidad son políticos, muchas veces insolventes, y no actores o buenos actores capaces de vender que hacen lo mismo que lo que predican. 

Los mejores actores son los que interpretan su propio papel, las ideas que viven y en las que creen. Son buenos actores en la vida real quienes expresan cada día la realidad según la perciben o, en el caso de los políticos, en consonancia con una ideología fraguada durante años y sin miedo a que no le guste a una mayoría porque se trate, por ejemplo, de una propuesta elitista. 

Los problemas crecen cuando los políticos son en realidad muñecos o muñecas que deben interpretar los papeles que otros escriben para ellos, trasladando los designios de los que mandan y deciden en su partido. 

Los primeros capítulos de las series pueden funcionar, pero es improbable, como ya está sucediendo, que la falsificación de la realidad resulte creíble durante mucho tiempo. 

Pueden cambiar de actores como sucedió con Casado y con Feijóo, o con Esperanza Aguirre, Cospedal, Cifuentes o Ayuso, pueden afinar en sus retorcidos enredos populistas pero la autenticidad termina llamando a la puerta y con el paso del tiempo aparecen los plumeros o las verdaderas intenciones. 

Es un problema de actores, pero también de guionistas. No solo porque una cosa es lo que deben escribir cuando están en la oposición y otra radicalmente diferente la que aplican cuando llegan al gobierno, sino que, además, los creadores de guiones de la derecha en España deben lanzar cada día los peores heraldos negros, buitres que nos acechan porque todo debe marchar muy mal en el escenario e incitar así al público a que repudie por todos sus actos y signos externos a los gobiernos de una ideología diferente a la suya. 

Hemos descubierto a actores y guionistas de la derecha en ese trapicheo con la verdad, incluso en los peores momentos de la pandemia y en medio de la actual crisis económica. Hemos descubierto que les interesa sobremanera la llegada de las siete plagas porque en sus puestas en escena, la prioridad es siempre atacar al gobierno por lo mal que nos va a todos, en vez de tratar de ayudar a los ciudadanos para que nos vaya a todos un poco mejor.

En los cuarteles generales del PP, Ciudadanos y Vox reinan los guionistas, capaces de ocultar verdaderas intenciones o de fingir cualidades o sentimientos que son diferentes a los que realmente tienen. Son en suma la definición perfecta de los reyes de la hipocresía.

elObservadorDCLM