Algo se mueve (y puede ser un monstruo)

Hay algo en el ambiente, puede ser la guerra, o la guerra y la pandemia, dos hechos que no podíamos prever pero que estamos aprendiendo a asimilar con sus imprevisibles consecuencias. Lo cierto es que todo puede suceder y que el mundo se ha vuelto mucho más incierto.

Quienes otean horizontes, deben desbrozar entre los signos reales y una previsible paranoia, pero los temores se expresan ya en pensamientos cabales de pensadores como Julio García-Casarrubios que nos avisa en su artículo titulado “Algo se mueve”, de algo que se cocina a fuego lento pero que puede llegarnos de forma súbita, darnos de frente con una subversión de la realidad, igual que nos ha sucedido con el virus. Un hecho súbito que luego debamos afrontar, con mucho tiempo, trabajo y pérdidas de todo tipo, hasta que pase a constituir otro capítulo sorprendente de nuestra historia.

Eso que se puede estar moviendo puede revivir aquellos años de lucha por lo evidente hasta que pudimos disfrutar de esta democracia, imperfecta porque el ser humano lo es pero infinitamente mejor que la dictadura de derechas o izquierdas, de un loco como Putin u otros como Hitler y Franco que vinieron a robarnos la libertad de expresión en todos los ámbitos del discurso humano, los medios de comunicación, el teatro, el cine, las escuelas, las universidades, dictadores que prohíben la diversidad de partidos políticos para investirse como los únicos que piensan y deciden por todos los demás, en burbujas autoritarias donde las personas están controladas y supervisadas por el Estado, su Estado. Sus medios de comunicación y sus fuerzas del orden se encargan de crear un pensamiento único que remueve conciencias y genera adhesiones por miedo o por lavados de cerebro hasta invadir nuestra libertad de vivir, de pensar, de ser, de organizarnos.

Parece algo lejano, algo imposible pero existe un germen, un caldo de cultivo con algunas condiciones favorables, entre ellas que muchos de los habitantes de países como España no han debido luchar por todo lo que hoy disfrutan, que no imaginan lo que fueron las dictaduras y que no valoran ni la sangre ni las vidas que costó acabar con ellas para disfrutar de algo que parece habitual y que en apariencia puede durar toda la vida.

Parece que, además, vivimos en un mundo irreal, falto de autenticidad y lleno de apariencias, un mundo en el que los pensadores han desaparecido, los que vivieron aquella realidad, los que se encargan de sujetarla con sus reflexiones sobre una moralidad llena de sensatez, de conocimiento sobre lo que ciertos seres humanos fueron capaces de hacer en el pasado y son capaces de hacer hoy a diferentes escalas, con matices, seres ególatras, iluminados, capaces de mover miles de conciencias evocando la pureza de su raza o la necesidad de acabar con los extranjeros o los infieles. 

Hemos evolucionado mucho pero muy poco a la hora de quitar la máscara a esos dictadores que utilizan nuestros peores instintos para lanzarnos unos contra otros, en aquel caso fueron los judíos, ahora pueden inventar cualquier motivo para levantar sus brazos o sus banderas y arrojarnos a otro enfrentamiento fratricida.

Tampoco faltan asociaciones milares ultras o frívolos altavoces mediáticos que, en los últimos años, no han cesado de sembrar una lluvia fina contra el actual gobierno socialdemócrata de España desacreditando cada uno de sus movimientos y deteriorando una ideología que preserva la democracia y los valores sociales por encima de las privatizaciones y el negocio que junto a la corrupción rodean las opciones conservadoras de nuestro país.

Nos queda esperar un rearme tanto en la convicción como con la fortaleza suficientes para no permitir dar un paso atrás en nuestro Estado de Derecho, todo lo contrario, avanzando cada día hacia una realidad más participativa y más justa con mayor igualdad para que España siga siendo uno de los países del mundo con mejor sanidad pública, mejores servicios sociales y con una política que lucha de forma decidida contra próximos retos como el cambio climático o la falta de agua.

elObservadorDCLM